Uriel Flores Aguayo
El debate público en México se desliza con facilidad hacia los polos. Lo que sea, si es político, se va a los extremos. Tiene algo de natural y otro tanto de artificial esa tendencia. Desde el poder se estimula como estrategia la polarización, algo así como “estás conmigo o contra mí “. Ciertas oposiciones y algunos grupos caen en ese juego y cumplen el típico papel de “tontos útiles “. El discurso oficial para polarizar es simple y hasta vulgar, descalifica y plantea atrocidades. Está dirigido a capas moldeables y sirve para amagar a las disidencias. Algo tiene de fantástico y elude la realidad para elevarse a alturas de ficción. Sirve para no rendir cuentas, para distraer de lo importante y para sostener una esperanza ya no de causas sino en las cualidades, reales o supuestas, del líder principal. Siendo AMLO un presidente todo poderoso, el más en 40 años al menos, es aceptado popularmente en su victimismo recurrente. La polarización ahoga a la pluralidad y nos vuelve menos democráticos. Es bicolor, blanco o negro, en detrimento de la pluralidad social y política realmente existente. La polarización no concilia ni es tolerante; todo lo contrario, va más allá hasta niveles de odio. Es de amigos y enemigos; su ruta es la mediocridad, evita pensar y dialogar. Tiene de todo menos de democrática. Sirve sobre todo para apuntalar proyectos de grupo reducido o de un caudillo. Es sustento de una personalidad mesiánica y providencial, que habla con la historia y la gloria, pero no con la gente concreta, común. Es un serio problema actual y amenaza con perdurar por más tiempo aun con matices. Las tareas democráticas del momento es evitar o reducir la polarización, reivindicar al individuo y promover el diálogo. Sin reconciliación nuestro país seguirá perdiendo el tiempo y oportunidades; sin diálogo no se escuchan las partes y tampoco se logran acuerdos. Es indispensable revertir el personalismo del poder, colocar límites y contrapesos. Abrirse a experiencias sanas e innovadoras; aprovechar oportunidades de desarrollo y asumir retos trascendentes. Mucho ayudarán la inteligencia, la buena fe, la voluntad y la decencia. No abandonar la política, alentar la participación de los mejores e impulsar cambios efectivos y viables.
El diálogo y la tolerancia, los datos, los hechos, la realidad y el buen corazón (valga) son indispensables para acercarnos en lo posible a un proyecto común en lo básico. Claro que habrá matices y rasgos propios de personalidades, es parte de las complejidades de la vida. Pero la política y la vida pública deben elevarse, mejorar y enriquecerse para que tengan sentido de comunidad, ciudadanía y democracia. La polarización es de ínfima calidad, desnuda al político y a la persona. Nos habla de personajes menores, mediocres, con incapacidad de escuchar y tomar en cuenta las opiniones diferentes. Es grave. Desde el poder se arropan los más bajos impulsos. Sorpresa sería si no se originan perfiles dictatoriales y sociópatas.
Recadito: es una tarea gigantesca prestigiar a la política.