Al Derecho y al Revés

Carlos Javier Verduzco Reina Opinión

“SOR JUANA Y EL NACIMIENTO DE LA MEXICANIDAD”

Dr. Carlos Javier Verduzco Reina

El próximo 12 de noviembre se cumplirá un aniversario más del natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz. Aunque no hay seguridad del año de su nacimiento es seguro que Sor Juana vive la segunda mitad del siglo XVII en la Nueva España y pertenece probablemente a la segunda o tercera generación de criollos (hijos de españoles peninsulares nacidos en América).

Su importancia en el desarrollo de las letras novohispanas es más que evidente. Usted seguramente algo habrá leído de Sor Juana. Cuando la evocamos por lo general pensamos en su fecunda labor como poetisa. Este evocación es justa, pero es apenas una referencia de la vastísima obra que desarrollará durante su vida y que se refleja no solamente en temas literarios. Sor Juana estudia y escribe de tópicos científicos, teológicos y sociales. Bueno, hasta recetas de cocina nos legó como testimonio de su incursión en distintos campos de la vida. La capacidad de aprendizaje de Sor Juana todavía hoy nos deja maravillados. Poseedora de una mente privilegiada y de una inteligencia también excepcional esbozó las primeras ideas que irán formando la cuna de la mexicanidad. Le invito a que hagamos un recorrido por el pensamiento social de Sor Juana.

Todo comienza en 1492, año que representa para España el hito que definirá su destino. La recuperación de su soberanía interna con la toma de Granada por los Reyes Católicos pondrá fin a casi ocho siglos de dominación árabe y señalará el principio de la España católica que dejará atrás al llamado Al-Andalus musulmán.

Al mismo tiempo, 1492 marcará el principio de la aventura que Portugal y España protagonizarán en tierras americanas, evento extraordinario sin duda que se prolongará por prácticamente los siguientes trescientos años y que propiciará el nacimiento de una nueva cultura, la formación de otras clases sociales, con otro origen y con otra visión del mundo recién descubierto entonces por Cristóbal Colón. 

Es este el escenario en que México comienza a formarse al inicio del siglo XVI. Un territorio ocupado por españoles voraces que en el propósito de extraer riqueza de las tierras recién descubiertas fomentarán la génesis de una sociedad profundamente fragmentada y caótica que se formará a partir de sus orígenes raciales y de las condiciones económicas que prevalecen en el país. Las hondas diferencias entre ellas generan un descontento social que de manera paulatina pero continua y sin retorno propiciarán discrepancias profundas que al tiempo marcarán el destino de cada una.

Los españoles peninsulares encabezan la nueva aristocracia que poco a poco se va consolidando como el eje de la estructura social novohispana, pues a partir de ella se trazarán las formas de organización social.  Algunos, criarán a su familia en la Nueva España, lugar donde también nacen sus hijos y en el que irán forjando fortuna. Estos, los hijos de los migrantes europeos, terminarán conformando una clase social que al paso de los siglos cobrará fuerza propia y que, además, será crucial en el auge del desarrollo económico y eventualmente en la decisión de luchar por la independencia de su nueva patria, México: los criollos. 

Junto a este pequeño grupo de conquistadores aparece la gran masa de población originaria que habitaba los territorios apenas descubiertos, los indios, los que forman el gran bloque de integración racial del próximo mestizaje que en el devenir de los siguientes tres siglos definirá con raíces propias el concepto de la mexicanidad. Sin embargo, este proceso no será sencillo ni estará exento de dolor y de una creciente rabia que no proviene únicamente de los indios o de los mestizos, sino también de los criollos que verán que todos los privilegios se concentran en los españoles peninsulares quienes sin mérito alguno resultan los mayores beneficiados de las ganancias económicas que produce la conquista. 

Si bien el poder económico de España no permite crítica o cuestionamiento alguno acerca de la forma en que se administra y ejerce la política en América, los criollos irán concibiendo una resistencia propia que los pondrá en puntos discordantes y a veces francamente opuestos con el poder de la España virreinal, pero que, aprovechando su ventaja local y conocimiento del entorno, los irá consolidando como la verdadera autoridad en los territorios conquistados. Porque el criollo trabajará desde el campo, desde la minas, desde los conventos y seminarios, y algunos, desde las letras y las artes para forjar la nueva nacionalidad que se gesta: el pueblo mestizo que no se siente indio, ni tampoco español.

Aunque la ciudad de México puede presumir contar con una universidad (desde 1551) poseer una arquitectura cívica y religiosa extraordinaria o generar una productividad musical, pictórica y escultórica propia y brillante, no deja de ser tratada como una provincia. Es, para decirlo pronto, una colonia española en la que los peninsulares tratan con desprecio no solamente a los mestizos, sino también a los suyos, a los criollos. Para los nacidos en América, es necesario encontrar una nueva identidad, una propia, no prestada, sino aquella que defina lo que serán en estas tierras su gobierno y su futuro. No queda otro camino para los criollos. Hay que minar el poder político que se centraliza de modo inequívoco en los peninsulares.

Así, indios y criollos comienzan a acercarse ante la presencia de un enemigo común. El criollo fomenta en el indio la idea que su miserable postración social se debe al abuso de los peninsulares. La expresión y formulación de la identidad, de deseos y necesidades compartidas funciona como un diálogo permanente pues está siempre en relación con el otro .Los criollos se consideraban por derecho divino, natural e incluso legal, destinados a regir la patria y a disfrutar de los beneficios que les negaba la Corona Española.

Regresemos a Sor Juana Inés de la Cruz porque su papel es crucial para entender el nacimiento de la conciencia de la mexicanidad. Desde muy joven comienza a experimentar, gracias a su extraordinario desarrollo intelectual, un desapego natural hacia la España peninsular que rápidamente decae en ella frente a una creciente y genuina pertenencia a la tierra en que ha nacido, a las costumbres que palpa y a la sensibilidad de los indios con los que convive.  

Por efecto de la evangelización, puede apreciar que el pasado indígena es tan glorioso como las monarquías absolutas Europeas, que la cultura de los “indios” rivaliza en más de un sentido con la grandeza española y que el papel de los criollos puede tornarse no solamente como simples conquistadores sino y quizá y con mayor ímpetu, en ser los defensores de aquellos que los han recibido en la que solía ser su tierra. 

Dotada de una particular sensibilidad, percibe que en la Nueva España convive una sociedad racial y culturalmente compleja: el grueso de la población es indio y mestizo; los españoles son la minoría, pero tienen el control del poder; imponen su sello en la vida, así material como intelectual del pueblo, a la vez que la controlan. Los criollos como ella, sienten que la patria es América, y que de alguna forma también les pertenece. Sor Juana participará de esta idea de la forma en que mejor podría hacerlo: escribiendo. 

Dentro de la vasta obra literaria de Sor Juana, probablemente escritos entre los años 1680 y 1691, destacan las loas de sus tres autos sacramentales: “El mártir del Sacramento”, “San Hermenegildo; el Divino Narciso” y “El cetro de José”. En ellas, se advierte su interés creciente por la importancia del descubrimiento de América y el mundo mesoamericano que tanto admiraba. Para dar sentido a su visión americanicista, parte de un postulado fundamental propio de su pensar científico: no hay que fiarse de lo que se haya establecido como cierto porque descubrimientos posteriores invalidan la verdad de esas creencias, y esto se aplica, sostiene, a cualquier disciplina humana, tan es así que el mejor ejemplo lo constituye la propia América, pues su descubrimiento había terminado con la creencia del Viejo Mundo.

Así, Sor Juana se convertirá en una genuina defensora del mestizaje y de los indios a partir de creer y crear en ellos una conciencia social que reconociera la condición de los pueblos explotados y maltrechos por la conquista española. Mas que destacar las bellezas de América en su obra, como lo hiciera el otro genio de la cultura del siglo XVII, Carlos de Sigüenza y Góngora, Sor Juana impulsa la igualdad buscando evitar el trato discriminatorio a las castas que conforman los pueblos conquistados. Tanto indios como negros son objeto de su defensa porque finalmente padecen la misma explotación y son objetos del idéntico desprecio con que el blanco los mira.

Por ello seguramente nunca habló con palabras hirientes de los desposeídos; jamás los denigró en su obra y sí en cambio se preocupó por su destino. Ese futuro confuso que los acompañaba y del que no podrían salvarse por propia mano, quizá únicamente a través de la evangelización que permitiría comprender su valía y su papel en la construcción de una nación más igualitaria. 

Esta profunda visión social de Sor Juana la convierte probablemente en la figura criolla más auténticamente mexicana del siglo XVII pues su defensa de las causas legitimas de los pobres es honesta y permanente. Sin recelo ni reserva ve en el indio no solo al autor de la cultura prodigiosa que creó su pasado, sino también a miles de personas que sufren y que sienten el agobio de la esclavitud. De esta forma, exaltará las virtudes de su país frente a la Europa apabullante y económicamente poderosa y con ello abrirá el camino a la conciencia de la nacionalidad que atisba en el siglo XVII como un primer esbozo de la realidad que moldeará desde la visión del criollo, la estructura de la Mexicanidad.

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