*La vida, la caprichosa vida. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
PERO ESTE TERCO CORAZON
Mis hijas las Fauci, me decían que traía Covid. Yo Mero me defendía como aquel No era penal de Rafa Márquez. No traigo Covid, pero los síntomas eran engañosos. La segunda noche de mi convalecencia sentí un pequeño dolor en el pecho y esa misma noche como a las tres de la madrugada arreció, entonces la Fauci mayor junto con mi sobrino, el doctor Esquivel Haaz, me aplicaron la ley de ultrajes a la autoridad y me llevaron al hospital Covadonga. Allí nos recibió un equipo de urgencias y, al sacar un electrocardiograma, alguien dijo aquí veo algo. Paré las orejas, ya me habían hecho la segunda prueba de Covid y negativo, No era penal. Cuando el análisis de sangre notó algo en este terco corazón, pidieron internarme. Ni hablar. Luego, poquito más tarde llegó un cardiólogo argentino que tenía pocos meses en Orizaba, Juan Agustín Lobo, cuando oí su sonsonete del cómo hablan, pregunté de dónde era y era de Argentina. Me dije, si es tan chingón como Messi, ya la hice. Para no hacerla muy larga, allí estuve confinado unos tres días en los que entre los estudios y medicamentos llegaron a la conclusión que no necesitaba el cateterismo presidencial. Y después de esas buenas atenciones entre el personal femenino, enfermeras y enfermeros y camilleros y doctores y toda esa gente eficiente que trabajan en el Covadonga, hospital de la familia Sánchez Ancira, salí dando las gracias, no aplaudieron mi salida porque, en la tercera prueba, la de PCR pues no era covid, o sea el No era penal mío siempre estuvo latente. Al final, no hice mi testamento político, agradecí a la Fauci mayor que me cuidó esos días, día y noche y a la familia que siempre se preocupan y a los amigos y a cibernautas y, mi testamento político fue que, si me llego a morir, como algún día ocurrirá, me recen un novenario. Nada más. El patrón (Dios) no me dejó ir, aun no me podía ir, aun me queda un viaje o dos a Madrid con mis nietos y, otro a París, porque siempre nos quedará París. Si Dios quiere.
EL CATETER PRESIDENCIAL
Encerrado entre cuatro paredes del hospital, con solo la tele de compañía, los tuiteros comenzaron a soltar que algo le había pasado a AMLO. Este gobierno no sabe manejar una crisis de enfermedad. El primero que salió a la palestra fue el de comunicación social, Jesús Ramírez Cuevas, a anunciar (mentira) que el presidente ingresaba al Hospital Militar a un chequeo de rutina. Primer error de este gobierno. Jesús Ramírez Cuevas es una gente muy odiada por la mitad de los cibernautas, se dedica a enfrentar con botts a los adversarios presidenciales, cosa que hace bien porque es su chamba. Pero no es el indicado para una emergencia, porque nadie le cree. Como fue, poco más tarde el secretario de Gobernación salió a decir la verdad, que el presidente se había sentido mal en la mañana y fue a checarse con los militares navales, quienes le aplicaron un catéter, operación muy simple y sencilla. Dicen las malas lenguas que el coraje se lo hizo pasar la secretaria de energía, Jennifer Granholm, quien le apagó la luz al presidente y le cantó esa de Manzanero: Voy a apagar la luz, para pensar en ti. Porque cuando se fue de México y vino a enfrentar al Bartlett de la Reforma Eléctrica, a quien ni vio, los mexicanos de gobierno salieron a aplaudir que habían llegado a un acuerdo con Estados Unidos. No era cierto, más tarde el embajador del sombrero a la John Wayne, Ken Salazar, soltó la maquinaria periodística y se aclaró que le vinieron a decirle al presidente que no estaban de acuerdo en esas cosas de la Reforma Eléctrica, en fin, caras vemos, noticias no sabemos.
MI CIERRE EMOTIVO
Como el doctor me dijo que me la lleve con calma, cierro mi espacio, una noticia triste y fea llegó desde España, en la zona Palentina murió un primo de mi esposa, Arsenio Mier Diez, un amigo muy querido, a quien conocían como el Cubanito, porque de joven peleó con Fidel Casto en aquellos líos de los barbones y luego, como muchísimos, cuando se dio cuenta que Fidel iba para el comunismo, lo dejó. Con su padre y su madre y una hermana, Mari Tere, salieron con una mano adelante y otra atrás, después de ser dueños del mejor restaurante de La Habana, el Templete. Historia que mañana les platico.
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