Uriel Flores Aguayo
Se trata de un proceso donde las expectativas respecto a determinados hechos concretos aumenta la probabilidad de que ocurran. También es una predicción sobre la vida de uno que, por decisiones e interpretación de hechos, acaba convirtiéndose en algo real. Este proceso está en todos los aspectos de nuestra vida, tanto en lo individual como lo colectivo. Si pensamos que algo saldrá mal, lo más probable es que así sea; en cambio, si asumimos que algo saldrá bien, la tendencia será en ese sentido. Hay ejemplos de tales condiciones en el amor, el deporte, el trabajo, la política, los gobiernos, el estudio, la vida social en general, etc… Ahora que vivimos con gobiernos de partidos y partidos de gobierno, en perpetua campaña, con hegemonía plena a nivel local, lo casi seguro es que las cosas salgan mal en sentido democrático, gobernanza y resultados.
Sin división de poderes, sin órganos autónomos, sin procuración de justicia, con limitada pluralidad y la sociedad civil marginada se impone la ineficacia y la mediocridad. No se busca el bien general ni fortalecer la condición ciudadana. Todo eso ya es la realidad con una nueva clase política en papel de casta, elite y burbuja. Se trata de un sistema donde los méritos e ideales pasan a segundo plano. El sistema se retroalimenta y devora a sus hijos. Su esencia es mantener el status quo y generar más poder. Son reglas universales que se aplican alegremente a nivel local. En esas condiciones las expectativas son grises en todos los ámbitos del gobierno. Ninguno de los poderes se salva de un manejo faccioso. Es una involución. No estamos ante un panorama ideológico, no se trata de derechas o izquierdas, simplemente son formas viejas y tradicionales, rutinarias, de inercia, de ejercer el poder; hay mucho de autoconsumo y distancia con la vida real. Se vuelve una crisis de representación y de utilidad social. Tal línea política, todavía festiva y arrogante, cumple exactamente con las definiciones de profecía auto cumplida; uno puede hacer predicciones con bajo riesgo de error. Si afirmamos que las cosas les saldrán mal, así será. Lo peor de todo es que esas formas del poder se vuelven estructurales y arman un tejido rígido, un sistema, que caminan en automático, más allá de la voluntad de sus actores y protagonistas. Se requiere mucho talento, visión y compromiso para revertir o mejorar desde adentro el ejercicio del poder; la alternancia es una labor titánica ante gobiernos expansivos y amurallados.
El problema de los errores y desastres en los gobiernos es que los pagamos nosotros. Ante lo evidente, del tamaño de un elefante en el cuarto, la conducta dominante en el poder es la soberbia y la intolerancia. Todo lo que señale riesgos y haga lo que debería ser una crítica bien recibida es minimizada o desconocida. Son gobernantes frívolos y rolleros que prefieren simular y seguir en la ruta de la intrascendencia. Ya no estamos en un escenario de ciencia política o de estadísticas; basta el sentido común para observar que terminaran mal, afectando nuestro futuro. Como ciudadanos responsables debemos seguir opinando, alertando, proponiendo y cuestionando; hacerlo constructivamente como un deber democrático sin dejar de luchar por nuestros derechos.
Recadito: no hay cambio si la ciudadanía no es tratada con respeto por las fuerzas de seguridad.