Uriel Flores Aguayo
Mal la está pasando el Partido Revolucionario Institucional, perdiendo posiciones y votos de forma constante y acelerada. Su crisis más acentuada viene del año 2000 cuando perdió la Presidencia de la República después de tenerla todo el siglo XX con sus distintas denominaciones (PNR – PRM y PRI). Por el rechazo ciudadano y negativa a reinventarse no se ve cómo pueda recuperarse. No hay duda de que debe y puede jugar un papel en el sistema político mexicano al representar una visión específica de la historia y realidad mexicanas. Antes tendría que renovarse en sentido amplio y, todo indica, no lo está haciendo. Tendría que presentar liderazgos frescos y propuestas viables. No tomó nota de su debacle en las elecciones del 2018 y las que han seguido. Ha continuado como si no hubiera ocurrido un terremoto político en México. Su curiosa alianza con el PAN y el PRD le ha dado oxígeno temporalmente. Parece que su suerte está atada fatalmente a esa coalición. Su dirigente principal, sin credenciales democráticas, arrastra graves señalamientos de enriquecimiento ilícito con lo que afecta la imagen del PRI ya de por si bastante dañada. No hay lógica en la política sectaria y de aparato del líder nacional cuando el partido disminuye su influencia, pero conserva todavía cierta base electoral. Ponen sus intereses personales y de grupo sobre el colectivo y sus electores. Es posible que a estas alturas ya tengan poco que hacer en una ruta de reconstrucción interna. El tiempo ha seguido avanzando sin que tomen las medidas indispensables que exige una crisis de las proporciones que vive el PRI. Con voluntad y visión algo podrían hacer, sin garantía de que sea suficiente. Mientras sigan con las anacrónicas prácticas tradicionales su suerte es la marginación por mucho que, coaligados, consigan algunas posiciones extras.
Estamos en los terrenos del debieron o deberían, sin ninguna seguridad que quieran o puedan hacer algo para seguir vivos como fuerza política con cierta relevancia. En el momento oscuro del año 2018 tendrían que haber sacudido estructuras, ideario y liderazgos. Como en todo el mundo donde se desplomaron partidos en el poder, procedía su cambio de nombre dentro de una ruta transformadora. La clave es reinventarse con medidas de fondo: democracia interna, gobiernos honestos, líderes atractivos y discurso renovador. No le servían los cambios cosméticos como tampoco le sirve mantener liderazgos añejos. Si un partido estaba urgido de radicales cambios es el PRI. No lo ha hecho y las consecuencias están a la vista. Su descenso es profundo y todavía no toca fondo. Si la legislación lo permite no estaría nada mal que exploraran la posibilidad de una cirugía mayor, una sacudida a fondo, para tener viabilidad y continuar con presencia significativa en la política nacional tal y como debe ser en un país plural.
Por su historia, contradictoria pero significativa para nuestro país; por la ciudadanía que lo respalda, por sus integrantes de convicción; por haber contribuido a la transición democrática y por la pluralidad mexicana sería una pena que el PRI se convierta en un partido marginal o, peor aún, que siga en la ruta de su suicidio electoral. Es curioso que fenece el PRI, pero prevalece el priismo como cultura dominante en los demás partidos.
Recadito: las organizaciones sociales y la sociedad civil organizada gozan de cabal salud.
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