Uriel Flores Aguayo
«A mis amigos de ayer no los logro entender, unos en la cárcel y otros en el poder», poemínimo del gran Efraín Huerta. Es un poco del momento que vivimos en México. Aunque, sin ser determinante lo de la cárcel, más bien lo que flota en el ambiente es desconcierto, parálisis, resistencia y desaliento en las filas de las izquierdas mexicanas si hemos de seguir definiendo así ciertas ideas y prácticas de líderes y grupos sociales. En general diversas expresiones de las izquierdas se han revelado poco democráticas y han abandonado añejas demandas ciudadanas para comportarse inflexiblemente institucionales y militantes casi exclusivas de un liderazgo carismático. Reproducen el ejercicio del gobierno-partido tal y como lo conocíamos en tiempos del PRI, esto es, usan todo tipo de recursos para ganar elecciones, condicionan programas sociales, son agencia de colocaciones, actúan con prepotencia y hacen del acceso al servicio público un asunto partidario. Su praxis y real política es patrimonialista y clientelar, dos de los rasgos más conocidos en los años dorados del priismo. Sin voluntad transformadora más allá del discurso, estamos ante una nomenclatura y clase política emergente sin compromiso democrático y con ropajes simuladores. Esos son rasgos dominantes, sin obviar que llevan como compañeros de viaje a expresiones serias, profesionales y mucho más democráticas que, sin embargo, son minoritarias al menos públicamente y no inciden claramente en el rumbo de nuestro país.
Tal vez no sea exagerado decir que había un poco de más democracia en el PRI ya de la alternancia que en el partido Morena de ahora: no tiene vida orgánica y espacios deliberativos, sus afiliados no eligen a los dirigentes ni a sus candidatos. En una ruta puramente institucional Morena se ha convertido velozmente en una agencia de colocaciones, un membrete y mero cascarón. Igual que sus diputados y senadores, ya como estructura sistémica de poder, se han refugiado en la simulación, han abandonado sus convicciones sociales y se concentran en cuidar sus carreras políticas cuidando, prioritariamente, estar alineados con los deseos y objetivos de sus respectivos titulares de los puestos ejecutivos.
Es impresionante la incoherencia de antiguos izquierdistas que aparecían defendiendo demandas y a grupos sociales, que luchaban contra los mayoriteos legislativo y alentaban el debate público. Aparentaban ser justicieros y algunos se auto consideraban algo así como revolucionarios. Ya en el poder una mayoría mudó de convicciones. Ahora están lejos de la sociedad, se volvieron dóciles levanta dedos y actúan con soberbia, incluso con represión, ante las críticas. Instalados en la comodidad de los cargos, extraviados ideológicamente, repiten la propaganda oficial y simulan creer que están siendo parte de una gran transformación. Rápidamente, de formas grotescas, se dedicaron a reproducir las peores prácticas del viejo sistema político: clientelares, nepotistas, mediocridad, partidismo, disciplina ciega, mentiras, inmoralidad y corrupción.
Tendrán serios problemas en corto plazo. La mayoría accedió a posiciones de relevancia por la avalancha del 2018, en la mayoría de los casos sin méritos propios. Habrá quien tenga fuerza propia y sobreviva. Vemos que se ha abusado del poder para construirse una base de control autoritario que, ya sabemos, es efímera. Casi todo se lo deben al tesón, operación y carisma del Presidente Obrador. Dan la impresión de que piensan que su poder es eterno. Están terriblemente equivocados. Las correlaciones políticas resultantes de la elección del 2018 se van a modificar inevitablemente, qué tanto será cuestión de varios factores. Aun ganando la Presidencia en el 2024 no será con el margen del 2018 y resultará un mayor equilibrio en las cámaras legislativas. Los que tengan fuerza propia, nombre y prestigio seguirán vigentes; los de papel, ocasión y de cuates, seguramente se irán al olvido.
El bloque en el poder depende tan estrechamente del Presidente Obrador, que su salud y decisiones tanto de Gobierno como de la sucesión se vuelven vitales para continuar en la posición privilegiada que ocupan actualmente. Sin esperar mucho al respecto, lo deseable es que Morena se abra a la democracia, respete las trayectorias y derechos de sus miembros, que las oposiciones sean serias y haya un escrupuloso respeto a la sociedad civil organizada. En un par de años vamos a requerir de la preeminencia del diálogo y tolerancia absoluta a la pluralidad, bien haríamos si adelantamos un poco la civilidad y nos unimos en lo fundamental como nación y sociedad. Ningún proyecto político, personal o de grupo, vale más que México todo.
Recadito: ya va siendo tiempo de que el Cabildo xalapeño se pronuncie sobre los atracos de las grúas y los retenes policiales.