Uriel Flores Aguayo
Basta una observación simple de las formas y actuaciones de las policías locales en Veracruz para concluir en que no son lo profesional e institucionales que se requieren. Ver al Secretario del ramo en actos políticos disfrazados de consultas o conferencias “magistrales”, da una idea del ocio y la concepción en que se mueve. Por cierto, importado de Nuevo León sobrelleva un déficit de conocimiento profundo de nuestro Estado. Hay muchas muestras que dan una idea completa de unas policías, estatales y municipales, lejanas de cualquier renovación; no son mejores a las tradicionales, de la vieja escuela. Bastaría detenerse en la reiteración de los retenes y en el enmascaramiento de sus elementos; los retenes no tienen un sentido estratégico ni una utilidad palpable. Es obvio que no sirven para fines de seguridad ni operan con protocolos específicos; más bien son una demostración de algún tipo de trabajo y logran una recaudación informal. La sola instalación indiscriminada de esos retenes pinta una Secretaría de seguridad obsoleta. Las máscaras en las policías es otro dato contundente que cuestiona la seriedad de esas corporaciones. Es una imitación de los cuerpos policiales anti terroristas de Europa, donde para acciones peligrosas los policías cubren su rostro. Aquí, en algún momento, alguien ideó reproducirlo, quedándose así hasta la fecha. Es obvio que para su trabajo cotidiano los cuerpos policiales no deben ni necesitan cubrir su rostro; al contrario, necesitan mayor confianza y cercanía con la sociedad. Los retenes y las máscaras son elementos de una policía fallida. Desde luego hay más. Tenemos a la policía municipal de Xalapa uniformada en forma similar con la Estatal; su identidad debe ser distinta en tanto que tiene funciones y alcances diferentes. Es llamativo que los policías que cuidan accesos a edificios públicos porten armas largas o pistolas; los bienes resguardados no ameritan ese tipo de armamento. Es un exceso también tradicional. Son espectaculares las caravanas policiales de patrullas donde los uniformados apuntan sus armas hacia la gente cual si estuvieran en situaciones de guerra. Es cuestionable la labor que realiza la policía vial persiguiendo a los automovilistas con cualquier pretexto; son de temer con sus enormes armas. Ahí radica otra incongruencia: armas largas para atender asuntos viales. Un poco folklórico es que en los municipios organicen ceremonias para la entrega de uniformes; lo toman como un acto político cuando simplemente están cumpliendo con una obligación básica. Es notable el descontrol en las policías, sus problemas de preparación profesional. Pero más preocupante es que la ciudadanía no tenga prácticamente a donde acudir en caso de que sufra atropellos; no es clara, no se le pone énfasis, la instancia responsable de atender a la gente que tenga quejas de los policías. En realidad es mucho lo que hace falta para que contemos en Veracruz con una policía profesional, científica, respetuosa de los derechos humanos y merecedora de la plena confianza de la sociedad.
Hay algo peor y peligroso: el involucramiento sistemático de la policía estatal, en particular la fuerza civil, en hechos violentos, robos y asesinatos contra la ciudadanía. Parece un patrón de conducta, de mezcla delincuencial, auspiciado y encubierto por sus mandos. En esas condiciones estamos ante cuerpos mafiosos que nada tienen que ver con la seguridad de la sociedad. Ante esa gravedad las instancias políticas oficiales han guardado un sospechoso y cómplice silencio. Urge una sacudida a los cuerpos policiales para que cumplan con su deber.
Recadito: como en las monarquías hay quien, en Veracruz, cree que le pertenece la verdad y la gente.