DRAMA MIGRANTE E IDOLATRAS DEL TOTALITARISMO

LA PLAZA PÚBLICA

Opinión Uriel Flores Aguayo

Uriel Flores Aguayo

En sentido contrario a lo proclamado mucho de lo que se hace o sugiere desde el discurso dominante es eminentemente reduccionista y excluyente. Con el peso de la autoridad, amplificado a todos los niveles, se achica el espacio deliberativo. Se impone una narrativa esencialmente propagandística. Se congela el monólogo y se endurece el sectarismo. Todo eso, de suyo negativo, nos muestra un régimen premoderno, lejos de las expectativas de una sociedad abierta y dinámica. Son lamentables los niveles de jefes y líderes, donde abunda la burla y la descalificación. Si el ejercicio del poder tiene algo de didáctico, es un desastre contraproducente. Las nuevas generaciones junto a la sociedad toda asisten a espectáculos deprimentes y muy poco edificantes. En la retórica de la soberbia, la patrimonialista también, hay buenos y malos, amigos y enemigos, traidores y patriotas. El que clasifica automáticamente se coloca del lado de los mejores y a sus adversarios los pone enfrente. Es un error abusivo. Todo se simplifica, no se hace esfuerzo de elaboración y pensamiento. Se repiten consignas y ocurrencias. Sin sustancia y respeto no hay diálogo ni conversación posible. Al no intercambiar ideas y tampoco ser autocríticos se patina en un círculo vicioso que oscurece la vida y plaza publicas. La actividad política dentro de la pluralidad debería ser fuente de ideas, tesis, conceptos y argumentos para señalar rutas y esclarecer conflictos. No es así. Se abusa de la ocurrencia y la frivolidad. Se desprecia y desafía la inteligencia de la gente. Se miente. Se ajustan los hechos y datos a los intereses facciosos. No se está haciendo buena política, la de los acuerdos basados en la tolerancia y la solución a los problemas sociales. Se mal utiliza el mandato popular y no se honran los puestos de gobierno y representación. Se vuelven gobiernos de autoconsumo, de disfrute de las mieles del poder y hasta del abuso. Colocados en ese nivel se vuelven aparatos burocráticos prescindibles e innecesarios, lejanos de los verdaderos problemas de la gente. Esas características de comportamiento son extensivas a la oposición. También en el autoconsumo y la irrelevancia. Es tarea de conjunto devolverle su esencia participativa a la política. No se deben esperar milagros, pero si ser exigentes con los mínimos democráticos a practicar por la clase política y la partidocracia. Lo único nuevo a impulsar todavía más, porque no existe del todo, es la ciudadanía como actora de los cambios. Una ciudadanía libre, consciente, participativa, informada y fuerte. Esa debe ser la tarea de la política, por supuesto democrática. A la participación se le debe rodear de garantías de legalidad y transparencia por parte de los poderes.

El espacio público es de todos, es eso: público. Es decir, el lugar donde convivimos todos y todas, pensemos de la manera que sea y tengamos las preferencias determinadas. Por supuesto hay reglas, surgidas del consenso y la civilización. Pero somos iguales ante la ley y ante sus operadores. La democracia supone mayorías y minorías en lo político, pero en lo personal es pareja, no hay distinción en las condiciones humanas y ciudadanas. La dignidad de las personas es invariable y punto de partida para el reconocimiento de sus derechos. Cualquier cambio que se promueva, incluido el de la regeneración, debe hacernos sentirnos bien, seguros, plenos y con todas las garantías.

Recadito: los cargos públicos son pasajeros.

Ufa.1959@gmail.com

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