Uriel Flores Aguayo
De las recientes elecciones locales se desprenden múltiples lecturas; cada uno habla conforme le fue en ellas. En ajustada síntesis se pueden ubicar los principales elementos de esos procesos electivos: 1) avance del partido Morena, 2) resistencia parcial de la oposición, 3) elecciones bien organizadas por el INE y los Oples y 4) alarmante abstencionismo. En promedio la abstención estuvo en un 54%, destacando Oaxaca con un 62%. Esas elecciones traen una nueva correlación regional de fuerzas políticas. Sin embargo, no significan necesariamente tendencia nacional de cara al relevo presidencial del 2024, dado que los factores regionales son más influyentes en estos casos. Como se vió, los resultados fueron inciertos o se movieron a los extremos de acuerdo con el nivel de competitividad en cada caso. Donde los Gobernadores cedieron las “plazas” al poder federal, Morena arrasó; en cambio, donde los partidos y sus Gobiernos decidieron defender sus posiciones, los resultados fueron adversos a Morena o, al menos, disputados. Es grave el abstencionismo si queremos una democracia sana y sólida; vuelve disfuncional la vida pública y aleja a los gobiernos de la gente. Sin votantes suficientes no hay círculos virtuosos de participación ciudadana, ejercicio de derechos y obligaciones, vigilancia social y oxigenación de la sociedad. Elecciones sin electores significa abstencionismo en todo, dejar los asuntos públicos a unos pocos, que, sin presión, se volverán ineficaces y estarán expuestos a la corrupción. En cierto sentido pasa lo mismo, con mayor gravedad, en la existencia de la democracia sin demócratas y de partidos sin militantes. Para todos sus efectos estamos ante mundos paralelos y distantes: uno es el del poder y otro el de la gente. Así es que tenemos a Senadores y Diputados que no representan a nadie ni les preocupa hacerlo, que no pasan de seguir órdenes de partidos. Tenemos a Gobernantes ocupados en todo, frivolidades, menos en lo importante: seguridad, salud y educación. Es una cuestión estructural que nadie quiere resolver; todos los actores políticos se quedan en la coyuntura, pelean sus intereses y buscan perpetuarse como casta política. Se vuelven de auto consumo, lejos o a espaldas de la ciudadanía. Ahí está uno de los problemas claves de México; más allá de la retórica y la propaganda es poco o nada lo que se hace para mejorar nuestra democracia. Y así es con todos los partidos. Obviamente hay perfiles y experiencias que pueden hacer la diferencia incluso en los propios partidos; habría que ubicarlos y apoyarlos. No es asunto exclusivo de algún partido; es un problema generalizado. Mientras la sociedad no se comprometa con los asuntos colectivos y haga de la democracia su forma de vida, seguiremos dando vueltas en círculos viciosos. Estamos a tiempo de sacudir y ser exigentes con los partidos políticos, de respaldar a las instituciones electorales y fomentar en serio la participación ciudadana con el sufragio.
En este contexto es oportuno reivindicar a la pluralidad y el diálogo. Por más hegemonía política que se desarrolle o imponga siempre será coyuntural. Nada puede suplir a la pluralidad real de la sociedad; debe respetarse y fortalecerse por todos los medios y en todo tiempo. Somos plurales, ninguna expresión política puede cubrir a la totalidad del mundo social. Esa pluralidad se recrea con el diálogo, que supone tolerancia. Pluralidad y diálogo son nuestros supremos valores democráticos. Son cualidades que nos definen.
Recadito: subir el nivel del debate es un primer paso …