Columna Sin Nombre

Opinión Pablo Jair

Pablo Jair Ortega

El Sindicato de los Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) tuvo un gran poder a la par de los gobiernos encabezados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) del siglo pasado; épocas donde no había transparencia de recursos, el narcotráfico florecía con la protección oficial desde los tiempos de Echeverría y había abundante dinero.

Si bien no fue el sindicato más grande de Latinoamérica –ese mérito lo tiene el de los maestros– era el que más recursos manejaba: desde ahí se pagaban casi todas las campañas del PRI.

Desde la Presidencia de la República, el Senado, hasta gubernaturas, diputaciones federales, locales, presidencias municipales, el sindicato era una maquinaria poderosa a donde llegaba el dinero enviado desde Petróleos Mexicanos, para que con el “aval” de los trabajadores en asambleas se “decidiera democráticamente” apoyar las campañas de diversos candidatos.

Debe decirse que en ese entonces la Sección 1 del STPRM, con sede en Ciudad Madero, Tamaulipas, era (o es) la más fuerte del país; las que le seguían eran la 10, de Minatitlán; y la 11, de Nanchital. Entre estas tres sedes se supone que se repartía la dirigencia nacional, pero en realidad destaca sólo un líder en la historia del siglo pasado: Joaquín Hernández Galicia “La Quina”, de la 1, quien prácticamente controló al STPRM por cerca de 30 años.

LOS EXCESOS

Son harto conocidas las historias de los excesos de líderes del sindicato petrolero, siendo la organización gremial más consentida de los PRI-Gobiernos.

Con el pretexto de que controlaban la vida y trabajo de cientos de miles de obreros en el sector más estratégico del país (y que se supone tenían un enorme voto corporativo controlado), a los líderes petroleros se les daban millonadas de dinero o privilegios como usar aeronaves oficiales. Sus fiestas eran legendarias, al puro estilo setentero: ríos de whisky, champaña, vedettes, jovencitos, cocaína, y todo lo que se ofreciera en bacanales que duraban horas.

No por nada, muchos líderes hasta hicieron casinos, hoteles, ranchos, etc., al mismo tiempo que se enriquecían con inmuebles a través de prestanombres, como fue el caso de “La Quina”.

Curiosamente, dicen que “La Quina” no tomaba alcohol, pero sí disfrutaba de esos excesos.

La caída de “La Quina” fue poco después de que Carlos Salinas de Gortari llegara a la Presidencia de la República (1988-1994) y hay varias versiones pero resaltan dos: las humillaciones que hacía al entonces candidato del PRI en esas fiestas (una vez, cuentan, le puso una peluca, lo vistió de mujer y le gritaba “¡Que baile el pelón!”) y que Hernández Galicia en realidad apoyaba más al candidato presidencial de la oposición, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

“Haiga sido como haiga sido”, la caída de “La Quina” cimbró al sistema: el Ejército hasta llegó a las sedes del sindicato petrolero en el país para evitar revueltas y se llamó a un trabajador jubilado llamado Sebastián Guzmán Cabrera, de la Sección 10, para que asumiera como el nuevo líder del STPRM.

Lo que no cambió fue el poderío del sindicato, pero ya con un líder a modo del llamado neoliberalismo, alejado de líderes como “La Quina”.

Guzmán Cabrera también vivió los mismos excesos y su primera misión fue desarmar todo vestigio del “Quinismo” por órdenes del Presidente Salinas. Se afianzaba así la estrecha relación entre el partido tricolor, el gobierno y el sindicato petrolero, en los tiempos donde se supone que México se enfilaba al “primer mundo”.

LAS CRISIS

Quizás las primeras señales del declive del poderoso triunvirato PRI-Gobierno-sindicato fueron precisamente con la llegada de Salinas y la continuación del neoliberalismo con Ernesto Zedillo en la Presidencia de la República. Una de las protestas constantes es que se estaba corriendo a mucha gente de Pemex porque se estaban desapareciendo áreas como los servicios aéreos, flotas de barcos y la privatización de diversas instalaciones de Petróleos Mexicanos. A eso súmele las crisis como las devaluaciones del peso.

(Lo anterior se reflejó, por ejemplo, en Veracruz, en elecciones donde el PRI perdió por primera vez alcaldías donde la influencia del sindicato petrolero era muy fuerte, como el caso de Minatitlán a donde llegó a gobernar el Partido de la Revolución Democrática en 1998).

Carlos Romero Deschamps llega en medio de todo eso, en 1993, luego de que Sebastián saliera del poder por problemas de salud.

Originario de Tampico, Tamaulipas, Romero Deschamps nació el 17 de enero de 1943 y fue líder del sindicato hasta octubre de 2019. También, gracias al PRI, pudo ser senador en dos ocasiones y diputado federal en tres. Estos cargos regularmente los compartía con el hoy dirigente nacional de los petroleros, Ricardo Aldaba Prieto.

Cuando el PRI perdió por primera vez la Presidencia en el año 2000, muchos pensaban que el poderío del sindicato disminuiría y que los dirigentes serían encarcelados por los constantes señalamientos de corrupción (especialmente por el escándalo del Pemexgate, donde con dinero de Petróleos Mexicanos se pagó la campaña presidencial del PRI de ese año), pero no pasó nada de eso y todo siguió igual: el panista Vicente Fox Quesada siguió manteniendo una buena relación formal con los líderes petroleros y les dejaron que siguieran controlando el destino de los trabajadores, al mismo tiempo que seguían recibiendo dinero de la paraestatal Pemex.

La cosa tampoco cambió mucho con Felipe Calderón Hinojosa y había una fuerte razón: el PRI (el partido del sindicato petrolero) seguía controlando varias gubernaturas, municipios y legisladores. Aparte, los panistas le tenían miedo al sindicato y su capacidad de movilización.

Al llegar el priísta Enrique Peña Nieto a la Presidencia (luego de 12 años de panismo), mucho se decía que era un retroceso y que prácticamente se volvía a darle más poder a un sindicato que ya estaba quedando rezagado en cuanto a transparencia y democracia. No obstante, de los primeros movimientos que hizo Peña para deslindarse del STPRM fue quitarle participación en el Consejo de Administración de PEMEX en aras de conseguir votos del PAN para la llamada Reforma Energética.

Esto, según especialistas, fue un golpe duro para el sindicato petrolero, que para entonces perdía la gran influencia en los 130 mil agremiados.

LLEGA AMLO

Quien ya venía impulsando fuerte su candidatura a la Presidencia luego de la decepción de la “transición” en el 2000 –y la llegada nuevamente del PRI al poder en 2012– era el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador. Se decía entonces que AMLO tendría un gran respaldo quizás no de la cúpula sindical, pero sí de las bases de obreros petroleros y esto ya no lo podían controlar los líderes que estaban siendo desplazados.

A la llegada de la famosa Cuarta Transformación, el sindicato perdió influencia y poder (aunque se mantiene la misma estructura que dirige al STPRM desde la salida de Sebastián Guzmán Cabrera hace más de 30 años); una de las cuestiones por la que también perdió fuerza es porque ya no tiene el control total de las plazas de trabajo en Pemex, además de mantener distancia del Gobierno de la República por la simpatía natural que tienen los petroleros con el lopezobradorismo.

Romero Deschamps fue, entonces, el último en disfrutar las mieles de ese poder, de esa vida multimillonaria, antes de la llegada de López Obrador a la Presidencia. Previamente, se dieron a conocer viajes con su familia a sitios exóticos como Dubai en jets privados, mansiones como la de Acapulco, regalos a sus hijos como un Ferrari, entre otras excentricidades. Otras investigaciones dieron a conocer que había una red de prestanombres para evadir al fisco.

Al conocerse todo esto, y ya sin la protección oficial del presidente, Carlos Romero entendió que era el momento de retirarse… aunque se tardó un rato para captar la situación: no sólo era el temor de ser perseguido judicialmente, sino que quizás leyó los tiempos y entendió que ya esa época gloriosa del sindicato ya había pasado a mejor vida.

Estuvo al frente por 26 años, siendo el último en disfrutar lo que eran las viejas épocas del priato y la complicidad de un sindicato consentido por el gobierno, con las llaves abiertas del dinero en Pemex.

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