“EN FAMILIA….SIN CHABELO”
Dr. Carlos Javier Verduzco Reina
Cuando supimos con certeza que esta vez efectivamente había muerto Xavier López “Chabelo”, advertimos un fenómeno social visto en muy contadas ocasiones: pocas horas después de hacerse público su fallecimiento, la mención de su presencia a través de las redes sociales se catapultó mediante una continua manifestación de pena compartida que se extendió por los días siguientes.
No hay duda de que “Chabelo” representó una época ya lejana de la televisión mexicana y de un estilo que hoy nos parecería poco propicio de como acceder al entretenimiento. Pero, si tomamos en cuenta que Xavier López tenía 88 años no podríamos dejar de advertir que se trataba de un adulto mayor de edad muy avanzada. Por ejemplo, si pensamos en nuestro padre o nuestro abuelo de una edad mayor a los 80 años seguramente lo vemos como una persona que hay que cuidar; como alguien de quien tenemos que estar pendiente porque en cualquier momento su estado de salud nos puede dar inesperadamente una sorpresa nada agradable. Sin embargo, esa condición de senectud parecía no afectar a “Chabelo” a quien veíamos todos como el eterno niño de pantalones cortos que siempre nos dejaba ver la misma imagen de sí mismo desde hace más de 50 años.
Su fallecimiento generó múltiples muestras de cariño a su personaje y de recuerdos que las personas impregnaban de su historia personal al compartirlos en las redes sociales. Quienes escribían con pesar alguna reflexión sobre “Chabelo” hacían remembranzas de su infancia o adolescencia en la que “el amigo de todos los niños” los había acompañado en momentos alegres y a veces tristes, evocando con su partida, sus propios recuerdos y su propia historia, también extraviados, como “Chabelo” en el paso del tiempo. Y es que, si usted fue niño en la segunda mitad de los años 60´s en los 70´s y en los 80´s tendrá probablemente un recuerdo de su niñez o su adolescencia asociada con “Chabelo”.
De aquella época probablemente tenga presente el programa “En familia con Chabelo” que se mantuvo al aire 48 años y que si usted esta en un rango de edad entre 40 y 60 años seguramente lo vio alguna vez. El contexto del programa más allá de la muerte de su protagonista nos invita a reflexionar sobre la transformación que ha tenido la familia como elemento de cohesión social en los últimos 60 años en Latinoamérica y particularmente en México.
El formato del programa giraba en torno a un esquema muy simple. Los invitados al estudio participaban en juegos y concursos generalmente referidos a actividades físicas básicas como saltar, correr o inflar globos y competían para ganar premios también sencillos que no representaban en sí mismos un valor económico excesivamente oneroso salvo para aquellos que lograban llegar a la etapa final, que el propio “Chabelo” llamó la Catafixia. Sin embargo, lo interesante era la dinámica de los concursos en los que competían y “hacían equipos” el papá y el hijo, la mamá y la hija o los hermanos entre sí, quienes incluso eran identificados con stickers adheridos a su ropa que decían Familia X o Familia Y.
Claramente podemos ver que hoy en la televisión no existe un programa de esas características o siquiera un proyecto que nos permita convivir en los medios electrónicos como familia. Conviene preguntarnos ¿Qué ha pasado en los últimos 50 años que ha modificado de manera tan radical el concepto de familia como factor de cohesión social en las sociedades latinoamericanas?
En principio, tendríamos que reconocer que la familia ha sido el grupo social en que se estrechan los lazos afectivos mas importantes que potencializan valores sociales tan determinantes para el buen funcionamiento social como la comunicación, el propósito de lograr objetivos comunes, el respeto entre sus miembros y la pertenencia a un grupo social. En la familia se desarrollan funciones tan importantes como la primera socialización de sus miembros, la educación básica formativa del individuo y la satisfacción de necesidades económicas fundamentales mediante esfuerzos colectivos.
De ahí que la cohesión social que brinda la familia es el elemento más importante que permite a quienes llegan a la adolescencia y a la adultez enfrentar con éxito los cambios que se producen en el entorno social. Los objetivos comunes de las familias son sin duda el laboratorio que nos permite advertir qué tanto la sociedad se encuentra cohesionada en torno a valores sociales y a objetivos comunes. Sin embargo, también es claro que el concepto tradicional de familia en esta línea de tiempo que representan los últimos 50 años ha cambiado drásticamente.
Se pueden esgrimir una serie de razones y causas específicas. Entre otras, la discriminación, el incremento en los feminicidios que tanto lastiman, la contaminación ambiental, el aumento en la drogadicción infantil y juvenil, como algunos de los factores que han afectado sensiblemente la percepción de la permanencia de los valores en los que se centraba la formación de la familia, perdiendo nuestro entorno más próximo aquella función primaria de ser el factor aglutinante de todo el conglomerado social.
La parte final del siglo XX, particularmente entre los años 1980 y 2000, produjo en el mundo un fenómeno económico y cultural que arrasó con estructuras y principios hasta entonces llamados “tradicionales”. Nos referimos al capitalismo que al modificar estructuras económicas impactó también en la manera de entender valores culturales fundamentales. Baste recordar el aumento de guarderías que obligaba a las madres a trabajar o las escuelas de tiempo completo en las que niños pequeños pasaban un buen numero de horas fuera del círculo familiar debido a que sus padres estaban preocupados por garantizar la provisión de bienes y servicios que mantuvieran en el plano económico a flote a ese pequeño núcleo familiar .
Sin embargo, el trabajo familiar en muchas ocasiones no pudo satisfacer el alud de compromisos económicos que demandaban las nuevas sociedades capitalistas. Así, se fueron generando cambios estructurales en las familias mexicanas muchos de ellos condicionados por complejas transformaciones políticas y económicas. Las crisis económicas recurrentes obligaron en primera instancia a la migración de jefes de familia a la frontera norte, fenómeno social al que, como hemos advertido con pena y coraje le ha sucedido también la de mujeres y niños que muchas veces viajan solos en la búsqueda de aquel padre o madre que tuvo que dejarlos para buscar mejores condiciones de vida.
En los años 90, además, se incrementó de manera muy relevante el trabajo de la mujer como ente económico que en muchos casos se transformó en el generador del sostenimiento económico de la familia. Se formularon entonces nuevas políticas de género y como resultado de reformas constitucionales y legales se aprobaron las familias homoparentales en las que las estructuras tradicionales dejaron de existir.
Desde luego el tema no es nuevo. Los cambios en la estructura de la familia tradicional mexicana se remontan a los años posteriores a la revolución mexicana que comenzó a generar un patrón de hombre proveedor y madre cuidadora y que como sabemos se mantuvo mas o menos sin cambios durante gran parte del siglo XX. Curiosamente, aunque la importancia de la familia es innegable, no tenemos una gama de estudios demográficos, sociológicos, antropológicos o jurídicos que nos dejen ver con claridad el impacto que representan los cambios sociales en las estructuras familiares particularmente latinoamericanas.
Como ejemplo veamos estos datos. Según estadísticas del INEGI en el año 1994 el porcentaje entre matrimonios celebrados y divorcios decretados judicialmente presentaban una relación de 5.2 por cada 100. Es decir, de 100 matrimonios celebrados se presentaban 5 divorcios. Para el año 2021 que representa la última información disponible, el porcentaje se ha incrementado a 33 sobre 100. Es decir, en un lapso de 15 años el incremento es de un 300 por ciento. De la misma forma hoy el porcentaje de personas casadas es del 54% mientras que los solteros o viudos representan el 46%.
No es menos interesante advertir que la frecuencia de los matrimonios también ha descendido de manera muy importante pasando de 8 matrimonios por cada 1000 habitantes en 1994 a 2.6 en el año 2021. Es decir, las estadísticas netamente jurídicas no dejan lugar a dudas: el modelo familiar tradicional del siglo XX ya no representa un vehículo de cohesión social que nos permita dar impulso a los valores sociales comunes y alcanzables para todos.
Lo anterior, no necesariamente tiene que ser bueno o malo. Es, simplemente, lo que nos está tocando vivir. Por ello necesitamos replantear nuestros valores y fomentar nuevamente la unidad familiar basada en el respeto, la tolerancia y el reconocimiento del derecho del otro. Desafortunadamente no es probable que en lo que resta de la presente administración encontremos eco en las mas altas esferas de gobierno. La política actual, desafortunadamente, se basa en la división de los grupos sociales, en la descalificación continua entre buenos y malos sin posibilidad de tolerarnos o respetarnos.
Es una pena, pero no creemos que en el futuro cercano la unidad nacional pueda revertir esta tendencia a la división y al encono que tanto nos lastima y que tanto daño nos ha hecho.
Si tantas personas manifestaron pena y simpatía por “Chabelo”, y lo hicieron recordando momentos felices de su niñez o adolescencia, porque no rescatar cada uno aquellos valores que nos daban una familia unida. Frente a los retos que nos esperan, el futuro del país no puede ser mas oscuro si nos encuentra separados y enconados entre nosotros mismos.