Gilberto Haaz Diez, columnista de Veracruz

Acertijos

Gilberto Haaz Opinión
Churchill le decía a Chamberlain que no se negocia con un tigre cuando tu cabeza está entre sus fauces. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
EL DON DE LA PALABRA
John F, Kennedy fue muy recordado por los discursos legendarios escritos por Ted Sorensen, ahora algunos son llevados a la biblioteca de los grandes, a ese salón de la fama donde se guardan los inmortales discursos, como el que asestó en el Berlín dividido, en el Ayuntamiento de la ciudad ante los berlineses, esa ocasión que les dijo en alemán: “Soy un berlinés” (Ich bin ein Berliner), y la perrada aullaba ante ese reconocimiento. O ese otro de toma de posesión, cuando Kennedy señaló que “la antorcha pasa a una nueva generación de estadounidenses”. O aquello otro de: “no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.
En la vida existen grandes discursos. Memorables.
Recuerdo el de Salvador Allende, cuando los milicos golpistas pinochetistas lo rodeaban en La Moneda; desde allí, poco antes de morir profetizó que algún día las grandes alamedas volverían a abrirse, por donde caminaría el hombre libre.
El de Martin Luther King, tuve un sueño (I have a dream).
El gran Winston Churchill y su sangre, sudor y lágrimas.
Hay unos de risa. El de George W. Bush cuando le mandó un ultimátum a Sadam Hussein, y le llamaron  “Último aviso a Sadam Hussein”.
Hay hacedores de discursos. Han existido desde que los griegos inventaron la democracia y la filosofía. El político los utiliza.
Ted Sorensen era muy afamado por ser el hacedor de discursos de JFK, el de la saga de Camelot. Ted llegó una mañana, solito, sin recomendación alguna, y se presentó ante el senador Kennedy con su curriculum y papeles a la mano. No era del staff cercano irlandés que rodeaba al bostoniano. Kennedy, que era visionario para dilucidar quién y quiénes eran brillantes, lo contrató allí mismo. No lo dejó salir, pidió le acercaran un escritorio y lo tuvo a su lado hasta aquel infausto 22 de noviembre, cuando las balas de la traición y la conjura sonaron en Dallas, Texas. Por 11 años le puso las palabras a JFK.
Ted Sorensen murió a sus 82 años.  En sus memorias, el difunto escritor de discursos y uno de los asesores más cercanos de John F. Kennedy, recuerda que el secretario de prensa del presidente Clinton, Mike McCurry, alguna vez le dijo: “Todos los que vienen a Washington quieren ser tú”. Lo que McCurry quería decir era que, décadas después de que Sorensen hubiera dejado la Casa Blanca, los recién llegados a la capital de la nación todavía buscaban amoldarse a él, todos querían ser el joven asesor que trabaja cerca de un presidente inspirador, en quien éste depositaba la tarea, políticamente sagrada, de convertir sus pensamientos en palabras.
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