Así fue aquella historia. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
LA PAPELETA EXTRA
Francisco no esperaba en 2013 ser elegido el máximo líder espiritual de la Iglesia católica.
A lo sumo, creía que como cardenal latinoamericano podría orientar algunos de los votos entre los nombres de los posibles sucesores que circulaban por aquellos días. «Decir que no me esperaba nada semejante, nunca en la vida y mucho menos al principio de aquel cónclave, es sin duda decir poco», cuenta.
De todos modos, visto en retrospectiva, los movimientos previos dentro del Vaticano podían dejar entrever lo que finalmente pasaría. En la reunión previa al cónclave, al argentino le llamaron la atención los aplausos que había recibido después de pronunciar un breve discurso improvisado.
–Bien, hace falta una persona que haga esas cosas –le dijo uno de los cardenales al terminar de escucharlo.
–Sí, pero ¿dónde la encuentras? –respondió Bergoglio.
–En ti.
–¡Jajaja! Ya, claro, muy bien, dale, hasta luego.
El futuro Papa se tomó aquel comentario como una broma.
El 12 de marzo de 2013 empezó el cónclave.
Bergoglio llegó a Santa Marta con una maleta en la que llevaba dos túnicas y poco más. El resto de sus cosas las dejó en Buenos Aires, ciudad a la que no regresó después de ser electo Papa.
La primera noche del cónclave terminó sin consenso.
A la mañana siguiente, el 13 de marzo, tuvo lugar con poco éxito una segunda y tercera votación, donde ninguno de los candidatos consiguió la mayoría de 77 sobre 115 votos que se necesitaba. En medio del receso hacia una quinta votación, un cardenal latinoamericano le dijo a Bergoglio: – ¿Has preparado el discurso? Prepáralo bien.
– ¿De qué discurso me hablas? –preguntó Bergoglio.
– ¡El que tienes que pronunciar desde el balcón! –respondió el cardenal en referencia al primer discurso del nuevo Papa.
«¿Es otra broma?», se preguntó a sí mismo Bergoglio, quien no entendía qué era lo que estaba pasando.
En la cuarta votación, el argentino consiguió 69 votos. Pero no alcanzó.
La quinta votación desató un problema inesperado: había una papeleta de más. A alguien se le habían pegado dos cartones, así que debieron quemarlos todos y repetir el proceso.
Fue en esa segunda ronda de la quinta votación que el apellido Bergoglio se escuchó más de 77 veces.
«Ignoro cuántos votos hubo exactamente al final, ya no escuchaba, el ruido se sobrepone a la voz del escrutador», narra Francisco.
– ¿Acepta la elección canónica del Sumo Pontífice? –le dijo el cardenal Re.
–Acepto –respondió Bergoglio.
Doce años después reconoce: «Me sentí en paz, tranquilo».
Entonces, cargaron los cartuchos del humo blanco, que se elevó por la chimenea de la Capilla Sixtina cuando empezaba a anochecer.