De una Madre Buscadora: “Vengo a buscar a mi hija, no a visitar un museo”. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
EL RANCHO DE AUSCHWITZ
El hallazgo de las Madres Buscadoras perturbó y asombró al mundo. Sucede que en un lugar de Jalisco, de cuyo nombre no queremos acordarnos, apareció un predio donde  se encontraron muchas prendas de ropa y entre ellos muchos pares de zapatos, tenis y de los otros, zapatos que se convirtieron en símbolos de esa tragedia, que ensombreció a México y que al gobierno federal no le ha gustado nadita de nada. Desde esa mañana, cuando se encontraron huesos de cuerpos quemados el mundo no volvió a ser igual. Lo comenzaron a comparar con Auschwitz, aquel campo de concentración de los nazis que, cuando los liberaron los rojos comunistas de los aliados, no podían contener el llanto; los pocos vivos que quedaron comenzaron a contar sus historias, como los pocos vivos que de aquí se fueron huyendo, comenzaron a contar sus historias, lógico, guardando el anonimato. Fue el CJNG y por eso sospechosamente se deslindaron, como si fueran del gobierno, en un video que los opositores culpaban al maloso Epigmenio Ibarra de haberlo producido.
Son los tiempos de la maldad. El gobierno permitió abrir ese campo de exterminio y aquello anoche en la tele, que se vieron las escenas, parecía entrada a un circo, no se le guardó el respeto a ese sitio que es un lugar de luto y duelo y mucho dolor. Un camposanto, porque allí ultimaron y mataron a quiénes saben cuántos, se habló de 400 pares de zapatos, y las historias comenzaron a narrarse, desde aquella hija que se despidió de su madre y desde la operatividad que era contactarte por las redes, ofrecerte un buen trabajo bien remunerado y en la terminal, adonde llegabas, mandaban un Uber por ti y ya nunca más tu familia volvió a saber de ti.
Eran encerrados y los comenzaban a adiestrar para la maldad y a liquidar a algunos. Se habló que hasta los pusieron a pelear a ellos mismos y el que sobrevivía se quedaba entre los trabajadores.
La crueldad humana jalisciense vista en ojos de Auschwitz.
En Varsovia, un poeta escribió: “El poeta gime, aúlla, grita, clama, narra, registra, desafía, recuerda. ¡No hay un Dios en vosotros! / ¡Cielos nada, cielos evaporados!. ¡Ay de nosotros! ¡Sabemos, sí, también nosotros sabemos rebelarnos y matar!, Pero también sabemos lo que ustedes nunca supieron y nunca sabrán en este mundo: ¡sabemos no matar al prójimo! ¡No destruir a otro pueblo creyéndolo despreciable! Ustedes, blandiendo siempre la espada con prepotencia, no saben no matar”.
Nada mejor que recordar un fragmento del poema de John Donne. Por quién doblan las campanas: “La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
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Parto unos días de viaje, voy y vengo, ahí les cuento por dónde ando y qué cosas miro, porque bien lo decía Leila Guerreiro: “La tarea de un escritor consiste en ir, ver, volver y contar”.
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