Acertijos

Gilberto Haaz Opinión
Cuando dos naciones eran como hermanas. Camelot
Gilberto Haaz Diez
A LA GLORIA DE FRANCIA
Desde el arribo de míster Trump a la poderosa presidencia americana, el mundo se convulsionó. Llegó tirando caña con todos: México, Canadá, Panamá, Groenlandia y quien se le antojara. No por algo son la potencia número uno del mundo. Menos con Rusia que Putin es su aliado para acabar con Ucrania y lo poco que les queda, después de la invasión y el bombardeo de este criminal ruso. A los americanos les falta un general Patton que, cuando llegaba a Berlín, tenía intención de tomarlo, cosa que le prohibieron el general Eisenhower, que había pactado con Churchill y Stalin la entrega de la joya de la corona berlinesa. Patton le decía a su general que lo dejara seguir, pero desviarse a la derecha, para ir contra los comunistas rusos, que esos eran los verdaderos enemigos. La Guerra Fría le dio la razón y así andamos, dos poderes por cada bando, aunque Trump ahora anda enamorado del tal Putin, que no deja de ser un criminal
Con Francia pelea por los aranceles, les ha querido poner al vino y lo que les venden los franceses, aquellos se hartaron de las amenazas y llegó un día que le dijeron: tírale cómo quieras, manito (en francés). Para espantos a México y Canadá, nosotros también somos una potencia. Un legislador eurodiputado pidió en el parlamento, que debían pedir devuelvan la Estatua de la Libertad, que Francia donó a Estados Unidos. La vocera de Trump reviró; ‘si no fuera por ellos, hablarían alemán’, por aquello de cuando los liberaron.
Cierto, pero olvidan los americanos que hay otra historia con Lafayette. La explicó mejor el escritor Carlos Fuentes. Va:
CARLOS FUENTES
“La ridícula francofobia promovida por los más ardientes patrioteros norteamericanos es una prueba más de que, en ocasiones, el superpoder merecería llamarse los «Estados Unidos de Amnesia». Se puede afirmar que, en efecto, los EE UU no existirían sin Francia. Acaso, sin el apoyo de la monarquía francesa, Washington y sus hombres no habrían ganado la Guerra de Independencia. Lo cierto es que la ganaron gracias a la poderosa ayuda que Francia les prestó. La ayuda francesa salvó a Washington durante el crudo invierno de 1777 cuando, sitiadas en Morristown y agobiadas por la deserción, las fuerzas revolucionarias, de nuevo, recibieron la ayuda salvadora de Francia.
El marqués de Lafayette, literalmente «por sus pistolas», se unió a las fuerzas revolucionarias y fue nombrado en 1777 (como años más tarde, en Cuba, el argentino Ernesto Che Guevara) comandante de la Revolución. En 1776, fue Lafayette quien convenció a Luis XVI de enviar un ejército expedicionario de seis mil hombres a combatir al lado de Washington.
En 1778 se firmó el Tratado de Amistad y Comercio entre Francia y la colonia rebelde de Norteamérica. El tratado incluía una cláusula de nación más favorecida y obligaba a Francia a mantener la independencia de los Estados Unidos de América.
El general John Pershing, comandante de la Fuerza Expedicionaria Norteamericana en la Primera Guerra Mundial, en agradecimiento, se apresuró a inclinarse ante la tumba del héroe francés de la Revolución Americana con las palabras: «Lafayette, estamos aquí».
Pero desde la entrada a la bahía de Nueva York, la Estatua de la Libertad -obsequio de Francia a los EE UU- les recuerda a los norteamericanos que si ellos creen que salvaron a Francia en dos guerras mundiales, Francia no sólo salvó, sino que ayudó decisivamente a crear a los Estados Unidos de América.
El francés fue llamado El héroe de dos mundos”.
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