México es tradición torera. Como dijo Pepe Alameda: El toreo no es graciosa huida sino apasionada entrega, o como Agustín Lara le cantó a Silverio Pérez, al que, cuando toreaba, no cambiaba por un trono su barrera de sol.
La jefa de gobierno de CDMX, Clara Brugada, lanzó como ley esto:
“Se prohíbe la utilización de objetos punzantes que provoquen heridas, lastimaduras o la muerte del toro, como banderillas, espadas, lanzas, entre otros. Solo se autoriza el uso del capote y la muleta. Se protegerán también los cuernos del toro para evitar lastimaduras a otros animales o personas. En el espectáculo taurino se prohíbe la muerte del toro dentro y fuera de la plaza. Se establece que una vez concluido el espectáculo, el toro deberá regresar o ser devuelto a su ganadería. Se limita el tiempo de la corrida a 10 minutos por toro”.
México es tierra de toros con la Monumental Plaza México, donde un tiempo el muy conocido de los veracruzanos, Rafael Herrerías, operaba allí de mandón con un poco de ayuda de Miguel Alemán Magnani, a quien servía y con quien trabajaba. Un tiempo estuvo al frente de Los Tiburones Rojos del Veracruz.
Luego llegaron críticos de la crueldad animal y, aunque los toros nos los mandan en filetes al otro día para comerlos, la crueldad de picarlos y matarlos agobiaba a muchos antitaurinos.
Orizaba también puso su Plaza de Toros La Concordia, esa bella plaza que un día construyó el ingeniero Luis Gutiérrez Príncipe (QEPD), que era su orgullo, una plaza que hoy sirve más para conciertos musicales que para los olés.
Por ella llegaron todos los gobernadores a una tarde de toros, desde Patricio Chirinos, que la inauguró en 1994 y le encantó el nombre La Concordia, hasta todos los demás, menos el último, que ese no servía para nada, el tal Cuitláhuac.
A Orizaba llegaron todos los toreros afamados de España. Hubo también otra plaza, la vieja Plaza de Toros, donde una vez toreó el gran Manolete. En aquella época, los toreros se hospedaban en el Grand Hotel de France, y hay testimonios en fotografías.
Aquí llegó el gran Mario Moreno Cantinflas a una tarde de capotes cuando donó su trabajo a una obra benéfica.
Yo no sé muchas cosas, es verdad, y de toros casi nada. Alguna vez, con Pepe Aranda en Madrid, andábamos dando un rol en auto y de madrugada me llevó a la afamada plaza de Las Ventas. Por fuera la vi hermosa.
Otra vez, despistado, caminaba por Sevilla cuando topé con un torero que, vestido de luces, bajaba de un auto y se metía a una plaza, que luego supe, aunque ya lo sabía, que era La Maestranza, una joya que se demoró 100 años en construirse y es una de las mejores del mundo. Pedí permiso al taquillero solo para verla, le dije que era mexicano al grito de guerra y me permitió verla cuando comenzaba a llegar la gente. Preciosa.
Se llama La Maestranza por ser un conjunto de talleres y oficinas donde se construyen y recomponen montajes para piezas de artillería, buques de guerra y aeronaves, así como los carros y útiles necesarios para su servicio.
Por Barcelona he pasado por fuera y la veo así, de a lejitos. Aseguran que en Cataluña ya prohibieron las corridas.
Cataluña prohibió por ley en 2010 la celebración de corridas de toros y, pese a que en 2016 el Tribunal Constitucional tumbó el veto porque invadía la competencia del Estado, al haber sido declarados los toros patrimonio cultural inmaterial de España, las corridas taurinas son inexistentes en Cataluña.
Así andan en México. No se sabe la reacción de los promotores, en un espectáculo que llena la plaza y da empleo a mucha gente.