Cuando las leyendas surgen. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
SAN SALVADOR DE CANTAMUDA
Alguna vez de hace años pasé por allí. Cuando en mis periplos españoles recorría la zona Palentina, de Palencia, zona del norte, no confundir con Valencia mía, jardín de España. San Salvador de Cantamuda está situado en la carretera que une Cervera con Potes. Su Colegiata, del siglo XII, rompe con el románico palentino y es de clara influencia asturiana. El conjunto arquitectónico que se muestra es el original, sin reformas, ni disparidades en el tiempo. La colegiata se empezó y acabó en el siglo XII, lo que le confiere una armonía general. Al pie del rio Pisuerga, donde las truchas saltando dejan ver un espectáculo pueblerino de primera, allí escuché una historia, que las historias de los pueblos luego se vuelven leyendas, decía Kamalucas, un filósofo de mi pueblo. El relato me lo contó mi suegra, doña Matilde Francos de Diez (+). Cada pueblo tiene su leyenda, como el de la Llorona Loca o el de la Monja Alférez en Orizaba, o La Mulata de Córdoba o los mismos Chaneques en la Cuenca del Papaloapan. Lo recuerdo aún al paso de los años. La muda cantó, me acordaba. Voy a mi coco, para no fallar: Había un Conde medio ruco, 60 años, casado con una joven de 20. Era la primera mitad del siglo XI, cuando vio a aquella joven, nunca pudo ya jamás olvidarla, quedó prendado de esa gentil doncella. Bien decía el poeta Neruda: ‘Es muy corto el amor y muy largo el olvido’. Vivian en un castillo donde el Conde se dedicaba a tirar la hueva: cacería y ejercitarse en las armas. Era un hombre valiente y respetado. El matrimonio no tenía hijos. En un momento dado, diversas intrigas despiertan los celos del Conde, quizás por la diferencia de edad, quizá por sus largas ausencias y, absolutamente obcecado, trama venganza contra doña Elvira, la joven. En una terrible noche de tormenta, echa del castillo a su mujer. Dispone para el viaje una mula coja, ciega, vieja y falsa y manda que la acompañe una criada sordomuda. Todo ello lo hace con el secreto afán de que mueran las dos despeñadas entre las rocas de la difícil bajada. Sin embargo, no es así. La Providencia guía a las mujeres por el peligroso sendero y, encomendándose a Dios y a la Virgen, logran descender al valle y llegan a un pequeño pueblecito. Es una verdadera proeza. Pero, aún es más, al atravesar el pequeño puente a la entrada del pueblo, se produce un milagro. La criada sordomuda empieza a gritar y a cantar en agradecimiento y alabanza a Dios que las ha guiado hasta allí. Todos quedan admirados por el prodigio. El pueblo, que se llamaba San Salvador de Tremaya, en Castilla y León, cambia entonces su nombre por el de San Salvador de Cantamuda y corre la noticia del milagro por todo el valle. Mientras tanto, el Conde, dominado por los remordimientos, intenta suicidarse. Al fin se entera del milagro, pide perdón a Dios y se reconcilia a continuación con su esposa, asunto terminado, final feliz, no se murió el amor.
LOS CHANEQUES
Los chaneques son una leyenda terrablanquense, pueblerina. Contaban los viejos de la aldea, que se aparecían por las noches haciendo maldades, espantando gente. No eran como el demonio, eran solo malositos con escenas de asustar a la gente. Contaban también esos viejos pobladores de la zona de La Barahunda y las colonias rieleras, que al ir a cruzar un bosque o un rio o algún sitio desolado, no pasaba nada, solo había que ponerse la camisa o la camiseta al revés y con eso se espantaban, cómo espantó ChilkiYunes cuando se afilió a Morena o cómo espanta Trump a medio mundo con sus aranceles. Ni hablar, así eran esas historias.