No sé si tengo frío o el cuerpo en modo vibración. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
CUANDO EL FRIO LLEGA
Como el frio que pegó la noche del sábado, uno recuerda aquella anécdota que relató Gabriel García Márquez: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. El frio calaba, la neblina llegaba a los pies, como hacia buen tiempo no se veía, era un frente frio que primero llegó a Veracruz a bambolear las palmeras borrachas de sol y un viento que despeinaba para lucir el coco pelón. Había que hacer esas rondas si se quieren seguir contando historias, aunque Agustín Lara decía que las rondas no son buenas, que hacen daño y dan pena, pero ces’t la vie diría el francés Carlos Lartigue. Heme allí que yendo por un tamal de cazuela, que aquí los hacen de primera, llegué a ver Orizaba en su plenitud de neblina, parecía Londres aunque faltara Jack el Destripador. Más tarde, a encerrarse y despatarrarse en el reposet para ver los dos primeros juegos del americano, que estuvieron medios furris, nada como los de los colegiales, que han estado muy reñidos. Entonces, en el frio casero recordé aquella vez de hace un tiempo, cuando fui a conocer el hielo a lo bestia al Glaciar Perito Moreno, en un vuelo de Buenos Aires al Calafate, vuelo de 3 horas y media, al fin del mundo, como le llaman. Rememoro aquella historia.
EN EL CALAFATE
Mañana de media semana. Partimos a El Calafate, al fin del mundo, a la Patagonia, de donde dijo El Papa Francesco que lo llevaron un día como Cardenal, y lo vistieron de Papa. ‘Me han traído del fin del mundo’, dijo en ese balcón papal de la Plaza de San Pedro, cuando escucharon su nombre que confundieron con un italiano, porque estos argentinos, la gran mayoría, se apellidan italiano. Vuelo doméstico, salimos del otro aeropuerto, el pequeño llamado Aeroparque Internacional, que está pegado al Rio de la Plata que, tomando un catamarán, o un buque de pasaje se pasa a Uruguay, la tierra de José Mujica, un presidente honesto, o de Eduardo Galeano, el gran escritor fallecido. Volaremos por Aerolíneas Argentinas, no es un vuelo corto, es un vuelo de tres horas y media, unos tres mil kilómetros porque desde el Atlántico, bordeando la Cordillera de los Andes, si se camina, se cae uno. Habrá turbulencia avisa el piloto, lógico, la Cordillera genera aire caliente y frio. Traemos reserva para uno de los hoteles de El Calafate, es un pueblo que conocí hace algunos años, aquí coincidimos el gran escritor de Reforma y Notiver, Germán Dehesa (+), y quien esto escribe, cada uno, a su manera narramos esos pormenores del gran Glaciar Perito Moreno, no había ni hubo dos escritores como Dehesa, que debe descansar en paz, se le extraña. Despegamos, el avión es cómodo, de buenos espacios entre asientos. El paisaje es árido, como australiano, no hay ahora nieve, a la llegada se ve el gran Lago Argentino, es un aeropuerto pequeño, llegan unos seis vuelos diarios, cuando se volaba a medio camino el piloto avisó con sus azafatas que se cruzaba la Cordillera de los Andes, para que se sentaran y pusieran cinturones de seguridad. Una vez sentí ese bamboleo cuando crucé con mi hermano Enrique de Buenos Aires a Santiago de Chile, a conocer La Moneda, donde los militares pinochetistas mataron al presidente Salvador Allende. Tres horas exactas después, aterrizamos. Se tarda un poco en recoger el equipaje. Un taxi minivan nos lleva los 23 kilómetros. Llegamos, desempacamos y salimos en busca de sitio para cenar un lamb, el Cordero que aquí tiene fama mundial.
Mañana: Llegada a Calafate y la nieve en su glaciar.