Acertijos

Gilberto Haaz Opinión
Gilberto Haaz Diez

ES NOCHE BUENA

Y mañana Navidad. Con el permiso del gran escritor uruguayo, Eduardo Galeno, extraigo tres cuentos de estas fechas.
JESUS SIN CUMPLEAÑOS
Jesús no podía festejar sus cumpleaños, porque no tenía día de nacimiento.
En el año 354, los cristianos de Roma decidieron que él había nacido el 25 de diciembre. Ese día los paganos del norte del mundo celebraban el fin de la noche más larga del año y la llegada del dios Sol, que quería romper las tinieblas. Municipalidad de Salta
El dios Sol había llegado a Roma desde Persia.
Se llamaba Mitra. Pasó a llamarse Jesús”.
LOS NADIES
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca,
Ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folclore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies que cuestan menos que la bala que los mata.
NOCHEBUENA
Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua. En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar. Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
—Decile a… —susurró el niño—. Decile a alguien, que yo estoy aquí.
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