Acertijos

Gilberto Haaz Opinión

*Con las leyes pasa como con las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen. Camelot.  

Gilberto Haaz Diez

LA SHEINBAUM EN EL PAIS 

Ocupar la portada de la prestigiada revista semanal de El País, es algo que no cualquiera puede darse ese lujo, menos una gente de la 4T. Por su alto precio y por ser lo que es. Pues sucedió lo inexplicable, la jefa de gobierno de CDMX apartó la portada y ahí está en ese semanario de primera. Motivó que enseguida, las redes sociales la atizaran, por varias razones, una es que su jefe, AMLO, repudia esa revista y a ese diario y les ha tirado dos o tres cohetones en las mañaneras. La otra, porque de entrada el periodista escribió: “El día que se anunció el fin de la guerra de Vietnam, en abril de 1975, una niña mexicana de 12 años se sintió orgullosa. Ella había contribuido al final de ese conflicto que tenía en vilo a medio mundo con su protesta en la escuela unos meses atrás. Su activismo había tenido el efecto deseado. O al menos eso pensó entonces”. Las carcajadas de sus opositores llegaron hasta Palacio Nacional Felipe Calderón, el expresidente tuiteó: “A lo que han llegado”. Un tuitero revivió aquella escena cuando el helicóptero de los Marines subía en la azotea a rescatar a gente de la Embajada de Estados Unidos, para huir de esa guerra que expulsaba a los americanos. El periodista, Javier Lafuente, titula el reportaje “Claudia Sheinbaum, el futuro de la izquierda mexicana”, y la lleva a expresar su lealtad sin límites, lo que todos sabemos, hacia su jefe el presidente. Una entrevista que algunos criticaron, hubo otra foto que volvieron fake news y la retratan en la misma posición del fotógrafo de El País, pero embarazada. Uno más sacó a Marcelo Ebrard con las dos manos abiertas, diciendo que él le había pulsado los testículos a King Kong. Cosas de los mexicanos. Claudia negó haber pagado algo por la entrevista, donde revela que, tiene una pareja, Jesús, y convive los fines de semana, con él y sus hijos, el mayor, de 38, la menor, de 33. Veremos.  

LA MUERTE DE KENNEDY 

Ese crimen impactó la conciencia de medio mundo. Asombró a una nación, que se enlutó y aún no se repone de saber quién o quiénes fueron los ejecutores, aquel 22 de noviembre de 1963, cuando en Dallas, Texas, un fuego cruzado de unos dos tiradores, o más, aniquilaron la esperanza del reinado de Camelot. Y comenzaron las historias de la conjura, del crimen de estado, que si el FBI o la CIA, que si Johnson, que si los petroleros o la mafia o los cubanos, todos fueron señalados como gente que tenía motivo para asesinar a JFK. He sido un kennedyano desde aquel tiempo. He leído todos los libros de la conspiración y todas las tesis, los serios y los jalados. Desde aquella señera biografía de William Manchester, La muerte de un presidente, ordenada por la familia, que luego Jaqueline Kennedy quería desconocer; hasta todas las películas, incluida la extraordinaria Parkland, nombre del hospital adonde llegó el presidente moribundo. Esa histórica cinta fue dirigida por Tom Hanks, y es buenísima. Relata paso a paso el momento que la ambulancia llega con el cerebro destrozado del presidente, y todos los esfuerzos que hicieron los médicos texanos por revivirlo, en ese tiempo. He estado también varias veces en el Cementerio Nacional de Arlington, donde descansa al lado de su esposa, Jaqueline, y de su hermano Bobby. Y dos veces en Dallas, en aquel crucero de la Calle Houston y Elm Strett, en la Plaza Dealey y casi me trepé al montículo de cemento, desde donde Abraham Zapruder filmó aquellas escenas de los balazos, donde se ve claro que al presidente le asestan uno de frente. Ese lugar está conservado como aquel 1963. Llega la gente en un día de 22 de noviembre, a ponerle flores y banderas de los países, al montículo de pasto que está a un lado. Y enfrente el majestuoso edificio de la librería, desde donde Lee Harvey Oswald, según la teoría de los viejitos de la Comisión Warren, disparó él solo. Ajá. Allí se entra por unos 12 dólares de pago y te muestran cómo estaba el edificio desde dónde disparó, las cajas donde el viejo rifle apoyó, películas de Kennedy y souvenirs, es un Museo Nacional, considerado así por la historia. Y allí seguirá por los siglos de los siglos, porque, entre más pase el tiempo la figura de JFK se engrandece hasta llegar a compararse con la de Abraham Lincoln. 

www.gilbertohaazdiez.com  

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