El manto de los tiempos de Camelot.
Gilberto Haaz Diez
SOY UN KENNEDIANO
Desde que tengo uso de razón, soy un kennediano convencido, utilizo a Camelot diario como epígrafes. “Habrá nuevamente grandes presidentes, pero nunca habrá otro Camelot”, le dictó Jackie Kennedy a White, citando el musical de Broadway que aborda el reino del legendario Rey Arturo. Todos nos acordamos dónde estábamos, cuando un 22 de noviembre de 1963 atacaron en una emboscada a balazos en Dallas al presidente JFK, Yo Mero iba en Tierra Blanca manejando cuando lo oi en Radio. No había tantas señales de televisión y no había el sistema informativo que hoy se tiene con los celulares, si eso hubiera ocurrido ahora existirían cientos de videos de ese atentado y no solamente el film de Abraham, Zapruder, que trepado en una base de concreto filmó para la historia ese crimen y esa escena cuando se ve al presidente que una bala de frente le vuela parte de la cabeza, cuando Jacqueline corre tras el seguridad del Servicio Secreto a que suba a ayudarle cuando ella misma, antes de llegar al hospital Parkland, recogió partes de su cerebro, que entregó a los médicos por si se le podía injertar, el presidente llegaba casi muerto, agonizando. Véase la película Parkland, producida por Tom Hanks, periodísticamente certera. Al día siguiente (24 de noviembre), Life compró todos los derechos de la película por un total de 150.000 dólares (aproximadamente 1.493.000 dólares actuales). La noche después del asesinato, Zapruder dijo que tuvo una pesadilla en la que vio un puesto en Times Square que anunciaba “¡Vea explotar la cabeza del presidente!”. He visitado unas tres veces Dallas, el sitio donde lo emboscaron y otras por igual al Cementerio de Arlington, donde descansan sus restos bajo una flama eterna. Nacieron cientos de libros, unos muy jalados de las conjuras y otros muy certeros, muy documentados, entre ellos La muerte de un presidente de William Manchester. Narra todos los sucesos del crimen, con la vista en Washington y Dallas. Así como la biografía del gran Ted Sorensen, aquel joven judío que una mañana llegó al senado y se presentó ante el senador Kennedy y le dijo: “Me gustaría trabajar con usted”, cuando Kennedy preguntó el porqué, Ted respondió, porque iba a ser presidente. Se convirtió en su gran asesor no solo de discursos, de todo. Hubo anécdotas, como la de la visita a México con Adolfo López Mateos. El presidente Kennedy chuleó el reloj de su homólogo mexicano: “Qué bonito reloj, señor presidente”. Inmediatamente López Mateos se despojó de la prenda y se la obsequió al estadounidense. Pero la anécdota continuó. Durante la inauguración de la Unidad Habitacional Kennedy, construida para obreros de las Artes Gráficas, (aquella en que Jackie leyó en español), el presidente López Mateos, chuleó a la primera dama norteamericana. “Qué bonita es su esposa señor presidente”. Rápidamente Kennedy se quitó el reloj que le había obsequiado y en un español mochado, le dijo: “Ahí está su pinche reloj”.