«No he estado en todas partes, pero están en mi lista». Camelot.
Gilberto Haaz Diez
EN MI ALDEA
Hay que aprovechar y sacarle raja al último día, sobre todo cuando el viaje es corto, de escasas dos noches y tres días, ir a lo que se le ocurra a uno, comer dónde nos gusta y, sobre todo, escoger con complacencia lo que vas a llevar, que no es mucho, poco por la premura del tiempo. Dejé al final la Plaza Mall. A propósito, para que en una mañana y tarde viera cómo viven la era de la pandemia que se está yendo. Me sorprendí, todas las tiendas están abiertas, en contraste cuando en marzo visité Harlingen y la mitad de ellas estaban cerradas, sin nada dentro, ni mercancía ni mostradores, nada, cerraron y se llevaron sus cachivaches. La plaza de Mc Allen completa, luce bien la nueva sección donde abrieron otras 50 tiendas y hay un buen restaurante, llegó Zara de Amancio Ortega, el español más rico de España, que antes no estaba en ese Mall. Platiqué con una empleada de una zapatería, dice vivir en Reynosa y a diario cruza y cruzaba con la pandemia, no perdió el trabajo, solo se quedaron tres, porque es tienda grande, pero no lo perdió. Diario cruza el puente peatonal y diario regresa al otro día, los aduanales ya conocen a la gente que aquí trabaja y no les piden papeles. Está contenta, porque conservó el empleo y ahora llegarán los turistas regiomontanos en este fin de semana de puente. Se alegran los corazones y la Plaza sonríe, como si estuviera en Orizaba.
LA HISTORIA DE DOÑA ANGÉLICA.
Conocí su historia, es una mujer veracruzana, de unos 50 y pico de años, de Tempoal, que lleva 25 años viviendo en Mc Allen y ya es residente. Trabaja como mesera en el hotel Doubletree, por las mañanas, unas cuatro o cinco horas a 10.50 dólares la hora de trabajo. Adoptó un niño de su hermana, que fue madre soltera, y se lo trajo de pequeño a vivir a Mc Allen. Alguna vez lo llevó a Veracruz a conocer a su mamá, pero el niño de 6 años le dijo que ella siempre sería su madre, y regresó a esta tierra texana. Con dos trabajos, porque en la tarde labora cortando el pelo y eso le ha dado dinero para poder pagar la escuela del hijo, que está por recibirse de doctor en una universidad texana, por el esfuerzo de la madre, y ahora el profesional le dice que, en cuanto tenga título y trabajo, ella no volverá a trabajar en su vida. De pequeño le preguntaba quién era su padre, y ella le decía que su Padre era Jesús, y siempre ha dicho eso, que Jesús es su papá. Una historia conmovedora, de esfuerzo de una madre veracruzana que levantó a un hijo hasta hacerlo doctor profesional. Admirable.
LA PROFECO Y LAS MALETAS
Cruzo Reynosa muy temprano. Llego a la aduana, ahora controlada por la Guardia Civil, después que AMLO les dio las aduanas. Silvia, la taxista conductora, es chucha cuerera para moverse en esos sitios. Pasamos a revisión, ahora todos son rojos. No pasa nada, el tope de compra es de 300 dólares por persona. Corrimos con suerte, porque nos tocó un paisano de Veracruz, que al saber adónde íbamos dijo con orgullo son paisanos míos, y entonces emprendimos el paso y llegamos al aeropuerto de Reynosa, todo remodelado, nuevo y rechinando de limpio. Le hacía falta a esa frontera tan importante. Gusto me dio que, en los dos restaurantes, en uno de ellos tipo baguetes, encontré al mesero que atendía en el pequeño restautancito de la terminal vieja, o sea, los contrataron para que no perdieran el trabajo y nos dio gusto eso. La Profeco le metió un calambre a Viva Aerobús y Volaris, pues pretenden en algunos aeropuertos cobrar por el equipaje de mano, estos bárbaros ya quieren que en una bolsita de plástico llevemos nuestra muda, a todo le quieren sacar dinero, no se contentan con la maleta y el boleto y el equipaje, quieren más. Aeroméxico ya pactó que ellos no cobrarían el equipaje de mano. Gachos. Despegamos y llegamos a Veracruz sin contratiempos. Un buen vuelo de hora y 20 minutos, para llegar a lidiar en Fortín, con los atascos de esa mugre autopista de Capufe.
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