El triunfo no está en vencer siempre. Sino en nunca rendirse. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
HABLANDO DEL TENIS
El tenis ha vuelto a cobrar vida. Después de la generación de Nadal, Federer y Djokovic, llegan los nuevos. Ha subido el tenis, luego que por años se mantuvo en la poca difusión, porque ahora hay canales, como ESPN, que transmiten todos los torneos y los hay de cable que te muestra el menú de ellos, para que escojas el que te guste. Atrás quedaron los días en que en mi niñez, cuando tenía un cielo azul y un jardín de adoquines, cantaría Juan Manuel Serrat, en la niñez llegaban a Tierra Blanca grandes tenistas. Llamo a Tomás Ramón, que es mi biógrafo del pueblo. Recordamos que allí, atrás de las vías, llegaban en unas tres canchas que tenía el doctor Alfonso Arcos, y una vieja casona de madera, típica que parecía de Missouri, cuando era director médico del hospital de Ferrocarriles los grandes tenistas Copa Davis: Palafox, Zarazúa, los Loyo Mayo y Lemaitre, Pancho Contreras y otros. Pelón Osuna no llegó nunca. Allí nos extasiábamos viéndolos jugar como si estuviéramos en canchas de primer nivel. Años después un chamaco recoge-bolas, como lo fue Federer, comenzó a jugar el tenis y se convirtió en una sensación, alcanzó el estatal veracruzano y lo ganó y luego emprendió su viaje como instructor a ciudades mexicanas, Julio Vázquez era su nombre y lo recuerdo. Aquí a Orizaba alguna vez vino a jugar a las canchas del ADO. Toco el tema porque el domingo, hora de lechero, a las 6 de la mañana Yo Mero me levanté a ver la final esperada en París, por el oro olímpico, el gran Carlos Alcaraz contra Djokovic, una final como Roland Garros o Wimbledon. La sorpresa fue que el viejito de 37 años le ganó al jovencito de 21, los años de diferencia no se notaron en ese duelo que pudo ganar Alcaraz, pero no le rompió el saque cuando lo tuvo 0-40. Pero a Alcaraz, por su edad y calidad, le quedan unas cuatro olimpiadas para ir por ese oro, al serbio era su última oportunidad, porque el tiempo se le vino encima, aunque jugó con una certeza impresionante. Quienes vimos ese juego, lo guardaremos en nuestra memoria de la historia, como una de las grandes finales olímpicas, y fue en París, para recordar que Paris lo vale todo: una misa y una final olímpica.