Las edades y los sueños. Camelot
Gilberto Haaz Diez
LA PLATICA CON MONTANO (ALEJANDRO)
Hace un par de días, por interpósita persona, diría un clásico, me comunicó con Alejandro Montano Guzmán, el hombre fuerte en el sexenio de Miguel Alemán Velasco. Platicamos breve, pero sustancioso, diría otro clásico. Alejandro ha estado inmerso en la política, apenas cumplió años el día 26, es de los sagitarios, como el que esto escribe, a sus 67 años sigue inmerso en asuntos suyos. Hablamos de mi viaje por Madrid con mis nietos, donde él me seguía en las redes y diarios y me sugirió un buen restaurante en Madrid, chulona mía. Lo conocí hace muchos años, cuando a mi casa llegó el candidato Miguel Alemán Velasco a una comida con los curas de la región, y desde ese tiempo cultivamos una buena amistad en la lejanía, porque él partió para México y yo seguí en mi aldea. Pero me dio gusto saludarlo, en el tiempo que colaboró con el gobernador de las estrellas, tuvo buenos resultados. Aproveché y le envié saludos, por su intermediación, a los dos Alemán, padre e hijo, unas gentes de bien. Y allí cortamos la plática, en espera de hacerlo pronto personalmente.
LA EDAD QUE QUIERAS
Cumplí años apenas y cada que cumplo años, en el Facebook social aplico la tesis de Galileo Galilei. Va la historia: “En cierta ocasión alguien preguntó a Galileo Galilei: ¿Cuántos años tiene el señor?, 8 a 10 respondió Galileo en evidente contradicción con su barba blanca. Todos se miraron como asombrados por la edad que había dicho que tenía, pero él al darse cuenta les explicó: “Tengo en efecto, queridos amigos, los años que me quedan de vida, los vividos ya no los tengo como no se tiene las monedas que se han gastado”. Así suele ocurrir en la vida, uno que ya ha rebasado la edad donde se comienza a pensar en la raya final, del rayo te salvas, pero no de la raya, ve hacia el futuro. Cuántos años viviré más, se pregunta uno de vez en cuando. Los que Dios quiera, porque se puede vivir dos años o dos días más. O nada. Llegar a edad plena es interesante, miras el mundo de otra forma, los amaneceres son diferentes, aprecias más la comida, el momento, el café en solitario o con los amigos. Decía el presidente José López Portillo que para llegar a viejo había que ser muy valiente. Y no lo entendí, ya ven ustedes cómo hablan estos políticos, qué tiene que ver la valentía con llegar a viejo. Uno vive ahora, y lo escucho con un experto en un programa de televisión, cuando le preguntaron que el presidente Biden tiene 80 años y Donald Trump 77 y, que ahora gobiernan los longevos, todo lo diferente a cuando llegó su joven Camelot, el presidente JFK que llegó a gobernar esa nación con 43 años de edad. La longevidad va a ser la norma, dice este experto y fija a los líderes del mundo, entre ellos el Papa Francisco, que raya en los 86 años. Estamos viviendo mejor, gracias a la medicina, Martha Stewart, de 81, años apenas posó en traje de baño y no le dio pena su edad. La edad cronológica ya no nos define como personas, nos define las ganas de vivir y el protagonismo, es decir, que nada te apene. Aprovecha el hoy… deja el ayer… no esperes el mañana que quizás nunca llegue, se realista, elige el aquí y ahora y de ahí toma lo mejor para ti, y para los demás también, no lastimes ni te lastimes, no pierdas tu vida…”.
LA VEJEZ SEGÚN SARAMAGO
¿Qué cuántos años tengo? ¡Qué importa eso! ¡Tengo la edad que quiero y siento! La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido… Pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos. ¡Qué importa cuántos años tengo! ¡No quiero pensar en ello! Pues unos dicen que ya soy viejo, y otros «que estoy en el apogeo».
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: ¡Estás muy joven, no lo lograrás!… ¡Estás muy viejo, ya no podrás!… Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños, se empiezan a acariciar con los dedos, las ilusiones se convierten en esperanza. Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada, y otras… es un remanso de paz, como el atardecer en la playa…
¿Qué cuántos años tengo? No necesito marcarlos con un número, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas… ¡Valen mucho más que eso! ¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más! Pues lo que importa: ¡es la edad que siento.