De Mata Hari: “Si alguien dice que me proporcionó información secreta, el delito lo cometió él, no yo”. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
LOS FAMOSOS ESPIAS RUSOS
El mundo se apanicaba en la Guerra Fría, había espías por doquier, decían que la embajada de Rusia en México había más espías que deudores de Elektra. Hubo eso sí, películas de primer nivel, como aquella serie llamada Los Americanos (The Americans), extraordinaria y con grandes actores. También vimos Homeland y esa de Tom Hanks, donde intercambian un espía en la frontera en el Puente Glenieki o Puente de los Espías. Esa vez, en Berlín, que era el punto neurálgico de espías de uno y otro lado, Tom Hanks en la cinta lleva a un espía ruso, que se hizo su amigo, a cambio de aquel piloto americano que derribó la Unión Soviética, Francis Gary Powers, quien purgaba ya dos años de cárcel y allí fue intercambiado. Cuento esto porque en el diario El País, ahora sale una nota de un mexicano que frutas vendía, ciruelas, calabaza, melón y sandía. No, era espía para los rusos. El País: “Protagonista de una “doble vida”. “Colaborador del Gobierno de Vladímir Putin”. “Espía”. La vida de Héctor Alejandro Cabrera Fuentes cambió para siempre en febrero de 2020, cuando Estados Unidos lo acusó de actuar como un agente al servicio del Kremlin y espiar a una fuente de inteligencia de alto nivel. El escándalo puso puntos suspensivos a la meteórica carrera del científico mexicano y se encendió aún más después de que las autoridades estadounidenses sacaran a la luz que tenía dos familias y que Moscú se había aprovechado de eso para presionarlo y obligarlo a colaborar. Tras pasar tres años y medio tras las rejas y perder casi 40 kilos, Cabrera Fuentes rompe el silencio y habla por primera vez desde su salida de prisión. “Si contara todo lo que he visto, nadie me creería”, afirma en una entrevista exclusiva con El País”.
Eso hizo que, en estas tardes lluviosas, se me antojara ir a ver una cinta de espías en Netflix, que es parte de mi vida, como Liverpool.
ESE GRANDIOSO MESSI
Tarde noche de domingo. Jugaba Messi y su Inter de Miami. Así como a México ha llegado la Xóchitlmanía, así a Estados Unidos ha llegado la Messimanía. El mejor jugador del mundo está protegido por los dioses de los estadios, bien lo decía Eduardo Galeano, el escritor uruguayo: “por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”. Eso hizo Maradona en un Mundial y Messi en diversas ocasiones. Son esas estrellas que llegan un día y no se apagan, hasta que la edad los vence y les avisa de su retiro, llenos de millones de dólares, que hoy las pagas son así, millonarias. Pues este Messi llevaba a su equipo a la derrota, perdían casi todo el juego, estaban a punto de la eliminación en esa liga gringa y, de repente, se le presentó un tiro libro afuera del área y con eso, al ángulo, el estadio, que era de los contrarios, texanos y en las tribunas le tenían un mensaje muy local, que uno ve en las autopistas: “Don’t mess with Texas”, una campaña para que no tiraran basura en sus autopistas, que traducido quiere decir, más o menos: no molestes a Texas o no te metas con Texas o no jodas a Texas, a Messi se lo pusieron así: “Don’t Messi with Texas”. Las portadas fueron sublimes. La del diario El País: “Messi completa la revolución en el Inter de Miami”. El argentino marca su séptimo gol desde que llegó a la MLS y engancha al fútbol a un país con 62,5 millones de latinos. Mucha historia de ese futbol se comenzará a escribir, desde aquel día que llegó Pele, que era lo máximo, al futbol de Estados Unidos, para hacer una liga competitiva, en un país donde el poder adquisitivo lo es todo.