De Seneca: No hay bien alguno que no nos deleite si no lo compartimos”. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
EL SENADOR EN SU LABERINTO
Se llama Clemente Castañeda, es senador de Dante y su MC. Una mañana que el patrón se descuidó, lanzó sus penas al viento, como los Hermanos Carrión, dijo que Movimiento Ciudadano, el partido naranja, debía sopesar la posibilidad de apoyar la candidatura de Xóchitl Gálvez, que emerge como un rock star en la política. Mas tardó en decirlo, que Dante, el patrón, el Don Corleone del partido, lo desmintiera. Dijo el cordobés alvaradeño que nones, que con el PRI ni a la esquina, y con el Titánic, o sea la alianza opositora, menos. Y los mariachis callaron. Dicen los enterados que Dante está en espera que se apunten Enrique Alfaro de Jalisco y Samuel García de Nuevo León, ambos gobernadores. La otra, dice este mismo enterado, es que Dante está en espera de Marcelo Ebrard, por si en la 4T le niegan la candidatura. Esos vientos aún soplan sin encontrar puerto seguro. Deshoja la margarita y espera un poco, un poquito más, como la Nave del olvido de José José,
LOS NIÑOS DE LA CALLE
Uno puede deambular por cualquier esquina, por cualquier arteria y, al menos donde vivo, que es zona urbana con asentamientos indígenas por muchos lugares, encontrar a esos niños de la calle, es común. Aquellos que la Constitución prohíbe trabajar, pero que ni la misma Constitución ni los gobiernos elegidos han podido sacarlos de esa pobreza donde viven. Uno pensaría que los niños deben tomar los domingos o días que no van a la escuela, para gozar de su infancia o juventud, propia de los niños en los juegos caseros, en estos tiempos de la tecnología que abruma. Hace un tiempo, encontré en una esquina orizabeña a unos niños (cuatro), vendían lo que podían, llevaban flores y productos que sus mismos padres les dan para que les ayuden a llevar los dineros para la manutención diaria. Deben vivir en choza de piso de tierra, como muchos de nuestros indígenas. Debe faltarles todo, pero no se rinden, es ese México que no se doblega, a los que desde hace más de 500 años les debemos todo. Atención y sacarlos de la pobreza. Hice lo que pude, les compré lo que traían para que ya no anduvieran por allí ofertando lo ofertable. Les dije se tomaran el día, y disfrutaran la mañana. Uno de ellos portaba camiseta de Tiburones Rojos. Otra, la más pequeña, Ofelia, sonreía. Estudian eso sí, de los 14 años a los 7 allí andaban, merodeando en esas esquinas de las calles, donde hacen lo que pueden. Cuento cómo les ayudo, no por presunción ni por postularme a algo, a lo único que aspiro ahora, a esta edad, es a seguir viajando cuando se pueda y haya billulla, aunque el jodido vértigo me deje salir poco. Lo cuento porque así uno hace que la demás gente, cuando los vea, se sensibilice y les tienda la mano, unos centavos de comprarles sus productos no es una limosna. Además, estos cuatro no pedían nada. Otra vez, en esta misma calle encontré a una pequeña niña indígena que su padre tocaba un violín, cómo podía se convertía en músico urbano, como se ven en los Metros del mundo, lo mismo en Paris que Nueva York, en aquella ocasión, lo recuerdo ahora porque el Obispo Marcelino, que en Orizaba estaba y a Colima se llevaron, me escribió una carta muy conmovedora, un mensaje que aprecio y guardo, donde decía que Dios me lo agradecería. A esa niña la llevé a una zapatería aledaña y se compró unos zapatos perrones, de los que se usan ahora de marca Nike, tenis que seguro durmió con ellos esa misma noche, puestos o al pie de la almohada. El padre dejó el violín por un momento y agradecía el gesto mío. Eso porque apenas vi una crítica en Facebook, era un texto donde se pedía no regatearles a los vendedores indígenas nada, decía, y ponía un par de ejemplos, una foto de una tienda de estas tipo OXXO o 7/24. ‘No les regatees nada, a ellos (las tiendas) les das hasta el redondeo’. Son escenas muy nuestras donde vemos a niños de la calle, indígenas que no se rinden. Para ellos, seguro, la palabra de Dios les acompaña. Lo dijo el Papa Francisco: “Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor, sino un hermano”. Bien por el Papa.