*Si piensas que tu vida está en manos de los dioses, estás equivocado, está en las manos de los cocineros.
Gilberto Haaz Diez
LOS AFAMADOS RESTAURANTES
Hace nada, platiqué que encontré en Mc Allen, afuera de Plaza Mall, cinco buenos restaurantes. La fama -escribió alguna vez Xavier Velasco, autor del afamado libro que se hace película, Diablo Guardián-, solo sirve para conseguir buena mesa en restaurante. Cuando Sinatra deambulaba con sus amigos de Rat Pack, esos cantantes que engrandecieron Las Vegas, todos los restauranteros los querían, comida y bebida gratis, pero el viejo Frank ya tenía sus comederos favoritos. Sucede en Nueva York, si usted visita a La Pequeña Italia (Little Italy) en Manhattan, a comer una pasta en el barrio de los inmigrantes italianos al que solo les quedan pocas cuadras, porque los chinos con su voracidad comercial de China Town, los han achicado comprando sus negocios de restaurantería, para meter fayuca barata. Pero iba a la anécdota. Cierta vez de un mes septembrino, cuando el otoño tira esas hojas multicolores y mutan del verde a los rojos, amarillos y ocres, caminando con mi amigo Rico, el amigo que no es rico, por la Pequeña Italia neoyorkina le dije ven y preguntemos, verás que todos nos dicen que éste era el restaurante donde comía Sinatra. Como fue, el primer mesero nos dijo muy alegre: “Este es el sitio”. El segundo, por igual: “Aquí comía Sinatra, pásale, aquella del fondo era su mesa”, respondían todos. Uno entra a cualquier restaurante y verá los posters de Sinatra, la inolvidable y bella Marilyn Monroe, de los feos hijos de los Corleone mafiosos, Vito Genovese y demás. Lógico, el de Lucky Luciano, que un día desde la cárcel el gran Lucky le prestó servicios a la patria.
LA GUERRA Y LOS MAFIOSOS
En la Segunda Guerra Mundial, en las bodegas donde se administraban alimentos y medicinas para enviar a Europa a los aliados, había robo hormiga. Una gente del FBI fue a visitar a la cárcel a Luciano y pactó con él. Se haría cargo de la vigilancia de los muelles, Luciano dotó de buenos bates de béisbol a su gente, duros y fuertes, y después de romper algunas rodillas y quebrar algunas cabezas y costillas, los robos desaparecieron. Sinatra era un clásico, Gay Talese lo describe en su legendario escrito: “Sinatra está resfriado”: ‘Frank Sinatra, con un vaso de bourbon en una mano y un pitillo en la otra, estaba de pie, en un ángulo oscuro del bar, entre dos rubias atractivas, aunque algo pasaditas, sentadas y esperando a que dijera algo. Pero Frank no decía nada. Había estado callado la mayor parte de la noche y ahora, en su club particular de Beverly Hills, parecía aún más distante, con la mirada perdida en el humo y en la penumbra, hacia la gran sala, más allá del bar, donde docenas de jóvenes y parejas estaban acurrucadas alrededor de unas mesitas o se retorcían en el centro del piso al ritmo ensordecedor de una música folk que atronaba desde el estéreo. Las dos rubias sabían, como también los cuatro amigos de Sinatra, que era una pésima idea entablarle conversación cuando estaba de ese humor tan tétrico, un humor que le había durado toda la primera semana de noviembre, un mes antes de que cumpliera los cincuenta años”. Pues para no andar muy lejos ni con tantos rodeos, después de una búsqueda Wikipediera, Sinatra comía en el ‘Patsy’s Italian Restaurant’, ubicado en la calle 56 de Nueva York. Hay restaurantes muy fifís o rococós. Alguna vez en París, un amigo nos invitó a un restaurante muy sácale-punta-al-lápiz, el Michelle Rostang, en el 17 Distrito de París. De lujo. Meseros de librea y de degustaciones, es decir, te dan puras botanitas chiquitas y, igual nos hubiera ido bien y más barato, comprando unas bolsitas de papitas y chetos, llegado un momento tuvimos que pedir un intérprete en español, nos trajeron uno de la cocina, como siempre, a que nos explicara qué carajos era cada menudencia que comíamos. Y todo eso de los restaurantes lo escribí porque otro escritor, Jorge Ibargüengoitia, aconsejaba. “Nunca entrar a un restaurante cuyo menú esté en más de tres idiomas”. Eso hago.