Acertijos

Gilberto Haaz Opinión

La historia los sigue juzgando. Camelot 

Gilberto Haaz Diez

LA ALEMANIA DE HITLER  

Alguna vez de un tiempo no muy lejano, pero no tan cercano, anduve y andé por Berlín. La capital de Alemania. El ignominioso Muro de Berlín había caído hacía años. Lo derrumbó el Papa Juan Pablo Segundo, con su política pacifista y amorosa. Y la economía, que le derrumbó desde aquel tiempo en que el presidente Reagan le gritó a Gorbachov: “¡Tire ese Muro!” Las tiendas de souvenirs vendían en sobrecitos exprofesos, pedazos de ese Muro, para que uno los conservara como reliquia antigua cementera. Guardo aún un par de ellos. En los quioscos de ventas de periódicos, sobresalían fotografías en blanco y negro antiguas de la Berlín de la Segunda Guerra Mundial, cuando había sido bombardeada indiscriminadamente. Nada quedó en pie. Solo una reliquia de una parte de iglesia, que aún conservan toda deteriorada. El Muro, ahora trazado por una raya que enmarca el estrecho tan largo en que lo habían construido los rusos, era de 45 kilómetros que dividía Berlín en dos y 115 kilómetros de las dos alemanias, separaba a los malos y a los buenos. Había en ese tiempo en la ciudad, grúas imponentes que reconstruían todo, tal y cómo había estado en tiempos grandes. Me hospedé por suerte en el hotel Adlon, el de la calle Unter den Linden. Majestuoso, Uno se hospeda con suerte, porque a veces no se conoce la calidad de los hoteles. Este era de cinco estrellas, y estaba a cien pasos de la Puerta de Brandenburgo. En los anuncios de la tele de los hoteles, proyectaban el esplendor del mismo, cuando la alta jerarquía de los alemanes, incluido Hitler, lo tomaban como sede de eventos sociales. Era común ver a Hermann Göring, Borman, Goebels, Himler y todo el staff de malosos que guerreaban con quiénes se les ocurrían o se les ponían enfrente. Cuando paseábamos por la ciudad, una guía polaca, rubia y alta como todas ellas, explicaba en perfecto español esto y aquello. Le pregunté de Hitler y palideció. Hitler era como apestado. Ni se le mencionaba ni nada. Evadió la pregunta, me dijo de sopetón: de eso aquí no se habla. Atrás del hotel, un Memorial a los judíos caídos se inauguraría un año después. Nada de esa grandeza del arrollador ejército alemán. Una estatua de un soldado ruso enmarcaba cerca de la línea divisoria, donde está fija la embajada rusa. Nada de los grandiosos desfiles del nazismo, que eran de una belleza contagiosa, como demostró la cineasta Leni Riefenstahl, video que he comprado en México. Los campos de concentración nazi no estaban allí. Escasamente unas pequeñas ruinas donde, aseguran, metían a los disidentes. Ahora toco el tema porque en Berlín, desde octubre pasado, se inauguró una exposición: ‘Hitler y los alemanes’. Hay generaciones nuevas que sólo conocen los capítulos por la historia. El Führer ha despertado tanta expectativa en su capital alemana, que más de 250 mil personas han visitado esa exposición, que se prolonga todo febrero. No exhibieron objetos personales de Hitler, porque temen que los neonazis, que son bien locohones y revoltosos como los maestros de Oaxaca, los tomen como reliquias y banderas para arrancar la Tercera Guerra Mundial. Ni tampoco colgaron las grandes banderolas-estandartes de la svástica, que lucían majestuosas en los desfiles militares cuando exhibían el famoso paso de ganso. Signos de estos tiempos.

www.gilbertohaazdiez.com

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