Gilberto Haaz Diez
LOS HOTELES MALDITOS
Hay hoteles que han sido salados, malditos algunos. Se utilizan normalmente para el descanso. Algunos son tan de cinco estrellas, que al menos se les visita cuando el presupuesto no alcanza para el hospedaje. Un ejemplo, si uno camina por la Quinta Avenida de Nueva York, en Manhattan, por Central Park, lo menos que puede hacer es meterse al hotel Plaza, a su lobby o a su cafetería por un aromático café y luego pasear entre sus espacios donde viven y cuentan su historia. Desde aquella cena de Blanco y Negro del gran Truman Capote, que hizo en 1968 en honor de la periodista Katherime Graham, poderosa editora del The Washington Post y The Newsweek y que, un locutor de televisión dirigiéndose a la audiencia dijo de ella: “Esto es como la otra mitad vive… Sabemos que usted no es lo suficientemente rico ni socialmente importante ni lindo como para ser invitado; si no, no estaría mirando ahora las noticias”. Solo asistieron 500 invitados, ni uno más, y Capote dijo que desde esa fiesta fue odiado, por aquellos que no fueron requeridos. El Premio Nobel, Ernest Hemingway, alguna vez señaló: “Cuando sueño en el paraíso, me veo siempre transportado al hotel Ritz de Paris”. Dice la leyenda que Hemingway, armado de una metralleta y acompañado por un grupo de la resistencia francesa, el 25 de agosto de 1944, tras cuatro largos años de ocupación alemana, se adelantó unas horas a la entrada de los aliados en París y liberó el bar del Ritz, el famoso Petit Bar de la rue Cambon. Hoy le llaman Bar Hemingway, en su honor no solo de escritor y soldado, sino de ‘chupamaro’, bebedor compulsivo. Del Ritz de Paris, un día un conductor borracho mató a la Princesa del Pueblo (Tony Blair dixit), la querida y amada Lady Diana. A toda velocidad, huyendo de unos paparazzi, la estrelló contra una columna de concreto, con todo y su novio, el millonario árabe Dodi Alfayed, dueño del hotel, y en el Puente del Alma dejaron muerte, luto, dolor y llanto y un peregrinar de gente dolida que depositan rosas, cuando pueden. Alguna vez en Nueva York me hospedé en el hotel Waldorf Astoria, bueno, viejo y caro, el de Park Avenue, que algunos llaman el más lujoso del mundo. Y que un desayuno te deja sin quincena, pero eso sí, se vive allí entre el lujo y comodidad. En aquellos años de Camelot, una foto exhibe entre sus muros al candidato John F. Kennedy, trepado en un auto a las afueras del hotel pidiendo el voto para ser presidente de Estados Unidos, como lo fue. El Waldorf es un rascacielos de 47 pisos. Se convirtió en maldito porque allí, una mala noche, durmió el asesino de John Lennon, Mark David Chapman, quien después de haber leído otro que señalan como libro maldito, “El guardián entre el centeno”, del misterioso J.D. Salinger, cometió su crimen. Una mañana, caminando entre sus pasillos, pregunté al bell boy dónde demonios quedaba el cuarto de Chapman, ni caso me hizo, dijo ignorarlo. Se convirtió en famoso y maldito porque ocurrió ese suceso desagradable, la muerte de Lennon, un icono de la música. Un hombre que, pacifico, llegaba de sus ensayos cuando, a las puertas de su casa, en el edificio Dakota, frente a Central Park, un 8 de diciembre de 1980, que cayó en lunes, el mundo de la música ya no fue el mismo. Enmudeció para siempre el talento de ese Beatle genial y el criminal pasó a los anales de la historia negra de los asesinos famosos. El hotel tampoco fue el mismo. Los investigadores llegaron y encontraron sobre el buró el libro maldito, como lo fue ese cuarto misterioso del hotel Waldorf Astoria, que mereció su nombre gracias a que Wiliam Waldorf Astor lo construyó en los años 20’s, lleno de magia y comodidad. Ese cuarto de hotel, donde de allí salió el criminal, debe estar sellado. Alejado de los curiosos, fuera de esa historia negra.