Acertijos

Gilberto Haaz Opinión

*Y caminando, caminando, encontramos la historia. Camelot. 

Gilberto Haaz Diez

LOS CAMINARES CITADINOS 

Hay ciudades que son muy peatonales, listas y bellas para que, caminando devore uno sus calles y sus historias, sus nomenclaturas. La Ciudad de México es una de ellas, y el maestro Monsiváis se encargaba de relatarnos esos caminares. El Centro Histórico es bello, caminar sus grandes avenidas y ver la historia.  Paris es otra, Ernest Hemingway y Julio Cortázar, uno en Paris era una fiesta y el otro en Rayuela, donde allí brotó aquella frase amorosa: “Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, relataron ese camino de bella ciudad, la parisina, que no es nada mas Trocadero y la Torre Eiffel, si uno deambula por sus restaurantes, como una vez lo hicimos por el Au Pied de Cochon, en la parisina calle 6 Rue Coquillière, que tiene una sucursal mexicana en Polanco, al caminar después de cenar unas patitas en vinagre o chamorros, que son mucho mejores en El Kuinito de Veracruz, con doña Guadalupe, en Mar Báltico y de Arabia, uno se asoma a las esquinas y encuentra los nombres de aquellos héroes de la Resistencia Francesa, en cada esquina donde fueron masacrados por los Nazis de Hitler, a quienes Charles de Gaulle y los franceses nunca olvidaron, ese hombre que resultó estadista cuando reñía con Churchill, porque lo veían de arriba abajo, con todo y que era altísimo, el mismo que, cuando gobernó Francia, dijo: “¿Cómo puede alguien gobernar una nación que tiene doscientos cuarenta y seis tipos diferentes de queso? De Gaulle era un tipazo, recuerdo cuando llegó en visita de Jefe de Estado con otro presidente mexicano, a quien el pueblo quería, Adolfo López Mateos, pasearon la ciudad en carros descapotables y De Gaulle, que tenía memoria prodigiosa, lanzó un discurso de 45 minutos, que con solo leerlo una vez lo memorizaba. 

MAS DE LOS CAMINARES 

Alguna vez, por cosas del destino, con mi hermano Enrique caminamos 20 días en París. Hospedados en un hotel de la calle Haussmann, ese bulevar que Napoleón encargó al arquitecto de mismo apellido, Barón Haussmann y que partió Paris en una gran avenida de 2 mil 500 metros y que, adelantito, caminando se encuentran las grandes galerías Lafayette, donde tienen un vitral impresionante y la famosa Ópera de París, que una vez dirigió el gran Rudolf  Nureyev. Tienda en homenaje al general Lafayette, que ayudó a Washington y Estados Unidos a independizarse y que, años después, cuando ellos estaban apretando en la Primera Guerra Mundial, el general Pershing, según relato del escritor Carlos Fuentes, en un señero artículo llamado “A la gloria de Francia”, llegó hasta la tumba del gran Lafayette y después de dejarle un ramo de rosas, postrado le dijo: “Aquí estamos, Lafayette”, cuando llegaron en su ayuda. Allí anduvimos como cuenqueños buscando a Dios, viendo toda la historia que se podía, recorriéndola desde las 10 de la mañana hasta llegar la noche que, cansados y después de cenar en una brasserie, llegábamos al hotel felices de encontrarnos toda esa historia francesa, la de la ocupación y resistencia y la de las grandes avenidas y estatuas, donde hay dos gigantescas, una de De Gaulle y otra de Churchill, copia de la misma que se encuentra afuera del Parlamento inglés, en homenaje a ese gordo que, con su tozudez y un puro y un alcohol, ayudó a ganar la guerra con los aliados y era el que le rogaba al presidente Roosevelt, que fueran en su ayuda porque los Nazis se los comían, con todo y su sangre, sudor y lágrimas. Hemingway escribió en Paris era una fiesta: “Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas donde vayas, todo el resto de tu vida”. Cuentan los escritores que allí llegaron a vivir de pobres, entre ellos Gabriel García Márquez, que alguna vez pedía a la policía lo llevaran a dormir a una jaula, para no hacerlo a la intemperie: “Estuve merodeando largas horas por los bulevares, con la esperanza de que pasara la patrulla que se llevaba a los árabes para que me llevara a mí también a dormir a una jaula cálida, pero por más que la busqué no pude encontrarla”. Y todo esto que relato es porque ayer, en la parisina ciudad de Orizaba, por ser peatonal sin Torre Eiffel, me puse a caminar por algunos lados, historia que les cuento el lunes, porque el espacio ha terminado. 

www.gilbertohaazdiez.com 

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