*Ah que lindo Veracruz. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
EN VERACRUZ Y BOCA DEL RIO
Tarde de media semana. La rutina es la misma. Salgo a Veracruz de pisa y corre, como Los Dodgers, en el mismo día que apalearon a Julio Urías y toda la culpa de la debacle de ese equipo, sin saber Yo Mero mucho de béisbol, la tiene el entrenador, que ha tomado una dinámica de meter a pichar a quiénes no debe y cuándo no debe. Como lo hizo con Urías en días pasados, que lo convirtió en cerrador y lo apalearon, los cerradores están para eso, son tira-piedras, lanzan misiles con sus brazos fuertes y los clásicos, como Urías, que es un Messi en el parque de pelota, son más finos y demoran poco a poco en engancharse, en fin. Me reportó el abogado penalista, Jorge Reyes Peralta, cosa que vi cuando crucé la autopista de Fortín de las Flores, que había un atasco del carajo. La gente que anda en esa zona, donde solo tienen 4 casetas y debían tener 16, ocho de cada lado, la gente demora hasta una hora en cruzar para pagar. Un verdadero fastidio, uno a veces decide tomar la federal, aún con el miedo de que los tranzas mordelones del estado, con sus patrullas amarillas, te quieran aplicar la de Rosario Robles, y vas pa adentro.
Ahora comimos entre semana los cuatro cuenqueños de siempre: mi hermano Enrique, Fernando Pavón y José Luis Rico, el amigo que no es rico. Fuimos con doña Amada, en La Isla del Amor, nos atendió el siempre eficiente mesero y buen amigo, Gustavo Canales. De entrada, entre un cóctel de camarones rememoraba con él al antiguo patrón, Luis Gilbon, fallecido hace unos 17 años, cuando en aquel tiempo del gobernador Fidel Herrera Beltrán y Tavo Sousa Escamilla de secretario de Turismo, hacían aquellos intercambios gastronómicos con Santander, en el afamado restaurante Zacarías, que es dónde Yo Mero comía cuando allí andaba, el de la calle Hernán Cortés. Todo un desafío culinario y recordé cuando Tavo Souza andaba aquí con él en Orizaba, con Zacarías, y desde el restaurante Romanchu, donde comían, me lo comunicó porque quería saludarme. Los grandes tiempos de las comidas santanderinas.
EL VIEJO Y EL PASTO
Después de la comida y de comenzar a otear el calor, verlo, porque a veces el calor se ve no solo se siente, una estampa llamó mi atención. Vi a un viejo llevando una máquina de cortar pasto. Al verlo recordé a Ernest Hemingway y su relato de El Viejo y el mar: “El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”. Bajé una cuesta y le alcancé. Platiqué con él. Se llama Eduardo, tiene 93 años y dice que hace de todo. Trabaja aún y tiene ese pasto de la parte posterior del restaurante, pegado al rio, versallesco, de primera. Debe haber visto toda una vida recorrer. A su edad nada le afligía. Quizá la vida misma era la mejor recompensa. Vive aún con su familia y por las noches, después de cortar el pasto, vela en ese restaurante. Debe haber vivido una vida plena, porque se acordó del año en que nació y lo repitió: nací en 1928. Asombrados lo escuchábamos. Se disponía a cortar el pasto, junto a un árbol centenario llamado Apompo que, me dicen, su fruto sirve para hacer un jugo para los diabéticos, también se le conoce como árbol de pan. Árbol bellísimo, como la misma estampa del viejo, que es de la gente que no se rinde y en lugar de estar en su casa disfrutando la vejez, ennoblece su vida y su espíritu con su trabajo, cosa que debe enorgullecer a su familia, porque aún sigue llevando el dinero a casa. Dios le dé larga vida a don Eduardo, un viejo chapeador y jardinero, una gente que es orgullo veracruzano.