No solo era bella, era talentosa. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
LA ETERNA MARILYN
Van a pasar generaciones y años luz y la gente no la va a olvidar. Fue un mito por su belleza y reina de los calendarios, se han escrito muchísimos libros de ella, y fotógrafos se han inmortalizado con esas imágenes cuando posó para ellos. Enamorada de los dos Kennedy’s; casada con un pelotero rabioso, Joe Di Maggio, que volaba bardas y era un héroe nacional y la amaba a mas no poder, fue de todos el único que, por años, le envió al cementerio de Los Ángeles tres veces por semana flores durante veinte años; casada también con un intelectual, Arthur Miller, quien la llevó por los senderos de la literatura, de los libros, de la dramaturgia. Pero vivió mal, según todos sus biógrafos. Murió sola en su habitación en una depresión brutal, tomando barbitúricos, versión legal, aunque otros digan, sin comprobar, que fue asesinada. Ella es inmortal, al igual que James Dean y Elvis Presley, vivirá por los años reinando en Hollywood, ese sitio del que ella misma dijo: “En Hollywood te pagan mil dólares por un beso y solo cincuenta centavos por tu alma”. En Irlanda, en Galway, en la casa museo donde nació el eterno escritor James Joyce, el creador de Ulises, una cima difícil de alcanzar en lectura, según el periodista Manuel Vicent, exhiben una fotografía de Marilyn Monroe en traje de baño leyendo a Joyce, su joya, el Ulises. Mucho tiempo se pensó que la actriz no tenía ni capacidad de lectura ni tiempo para eso, Hollywood le quitaba parte de su vida, su tiempo de lectura pasaba a otra circunstancia, otro sendero. A ratos se veía como Primera Dama al lado del que reinaba para Camelot. Y se vio perseguida por el FBI, con el perverso y malvado J. Edgar Hoover. Caminó un buen tiempo de la mano de Frank Sinatra y su Rat Pack, que también la airearon y pasearon por dónde se pudiera. Niña de sufrimiento, abusada en su niñez, sin hogar, sin consuelo, hace cosa de días el diario El País reveló que recién descubrieron, cuando la casa de subastas Christie’s lo dio a conocer, entre el inventario de cerca de 400 libros del legado de la actriz, que no solo leía a los ingleses y americanos, como el poeta Whitman, sino a los españoles, Federico García Lorca y Rafael Alberti. De Lorca Poeta en Nueva York y poemas de Alberti. Le encontraron también El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, un regalo que ella hizo a Arthur Miller. Mientras el pelotero la paseaba por los campos de pelota de los Yankees de Nueva York, y la lucia orgulloso como presea conquistada, Miller la llevaba a cenar entre la intelectualidad. Existen fotos de ellos. Hay una legendaria. Miller cena con tres mujeres: su esposa Marilyn, Carson Mc Cullers y la baronesa Karol Blixen, alias Isak Dinesen, autora de Memorias de África y de El festín de Babette. No se ve aburrida. Los cuatro brindan y chocan las copas. Miller con la baronesa, y Marilyn con Carson. Sería algún restaurante neoyorkino, por su aspecto. Murió hace 63 años, sigue viva y sigue dando notas periodísticas, a su muerte dejó esta vida terrenal para convertirse en un mito, una rubia difícil de olvidar. Generaciones que no la conocieron, ni vieron sus películas, hoy la adoran por su belleza. Norma Jean Baker, su nombre verdadero, que inició como modelo de revistas y un día los tiburones de Hollywood la descubrieron, y la llevaron a ser un mito, a buscar consuelo entre los Kennedy’s y Tony Curtis, Elia Kazán y Marlon Brando, de quienes se hizo amar. Amó y fue amada, quizá no le quedó a deber nada a la vida, muchos de aquellos que la quisieron habrán leído en su tiempo, como ella, a Pablo Neruda en su Poema 20: “Yo la quise, y a veces, ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos”.