Al Derecho y al Revés

Carlos Javier Verduzco Reina Opinión

DEMOCRACIAS CONSTITUCIONALES. ¿EN CRISIS?

Dr. Carlos Javier Verduzco Reina

En teoría política se suele afirmar que el inicio del Constitucionalismo Democrático se remonta al pensamiento de Juan Jacobo Rousseau contenido en su celébrele “Contrato Social”. La aportación de Rousseau, si bien no del todo novedosa (porque la idea del Contrato Social ya había sido descrita por Thomas Hobbes en el Leviatán), sí le ofreció al mundo occidental  una de las formas más revolucionarias de organización social al afirmar que la soberanía, el eje que mueve las decisiones fundamentales de un Estado y que tradicionalmente se consideraba por encima de todas las formas de gobierno, residía nada mas y nada menos que en el pueblo, no en el monarca, no en divinidad alguna, sino en la sociedad que en este modo convertía al individuo en el centro de las decisiones políticas y en la formación de una nueva organización social: el Constitucionalismo de origen popular construido a partir de una base democrática

Así, el siglo XIX será pletórico en Constituciones populares cuyo ingrediente democrático será la característica que las defina y les de un sello propio, incluso en regímenes monárquicos que ahora ya no podrán existir sin una constitución que ponga limite al ejercicio de los poderes omnímodos y a la relación que estos deben mantener entre sí a partir del reconocimiento de derechos mínimos, que son propios de los grupos sociales y que son al mismo tiempo el motor que ha conformado a la democracia moderna. Los hoy llamados Derechos Humanos.

En México nuestra cultura política ha sido tradicionalmente la de defender la democracia como una forma de gobierno que refuerza y legitima al Estado Federal. Desde luego, la democracia tiene en el mundo, una larguísima tradición como expresión popular en la conformación de los gobiernos. A veces alentada como en la Atenas de Platón y Aristóteles, a veces reprimida como en la monarquía Francesa propia de la Edad Media y hoy regulada a través de la formación de los Estados Constitucionales, es un concepto siempre presente que nos llama a buscar las mejores formas de entendimiento social entre el gobierno y los ciudadanos. 

Sin embargo, aun cuando la democracia nos obligaría a pensar que buscamos la participación de los mejores en beneficio de todos, en los últimos 20 años parece que estamos viviendo un regreso paulatino pero continuo y sostenido a regímenes autócratas en los que la figura de un hombre fuerte parece empezar a preferirse sobre las muchas voluntades consensuadas y la evidente complejidad que conlleva arribar a acuerdos nacionales derivados de un verdadero consenso popular. 

Quizá por aquí podamos comenzar a entender el problema. El primer obstáculo que enfrenta la democracia es la persistencia de conflictos y la ausencia de arreglos institucionales que nos permitan superarlos. 

Sheldon Wolin un destacado filósofo y politólogo norteamericano recientemente fallecido, advertía que la crisis de la democracia no es ajena a la crisis de los valores que han sido desplazados por otros que impulsan los grandes capitales y que no suelen coincidir con una democracia abierta que incluya a todos los ciudadanos. Es decir, la política de las corporaciones no implica que sea una política verdaderamente democrática, aunque nos han hecho creer que siempre se ha tratado de los mismos propósitos. 

En este punto, Gilles Lipovetsky nos alerta continuamente de como el lujo y el consumo están sustituyendo la reflexión sobre las cosas que verdaderamente importan o deben importar en estas sociedades que hemos construido a partir de lo que él llama el hiperconsumo. De modo que Marx pareciera volver y recordarnos que el capitalismo deforma la figura del trabajador en la sociedad y con ella también su condición de ciudadano, porque al insistir en esta búsqueda permanente e insaciable de la plena satisfacción personal, poco a poco nos hemos ido alejando del concepto mas importante que nos legara la filosofía de Rousseau como el punto de partida para la construcción de las sociedades democráticas: el rescate del bien común, formado a partir de muchos bienes pequeños particulares e individuales que todos aportamos para convivir en paz en un sociedad regulada por el derecho.

Ante este escenario la pregunta que hoy se formula en el mundo es, si la democracia como una expresión de organización del poder político, realmente nos da una reflexión verdadera de las sociedades modernas y si en los estados liberales esta expresión es aún, la más correcta. 

El politólogo alemán Ralf Dahrendorf sostiene que vivimos en una sociedad post capitalista y que hay un conflicto persistente que decanta hacia esquemas funcionales que afectan la estabilidad del orden social. Desde luego en su teoría “Del Conflicto”, Dahrendorf nos recordara la lucha de clases de Marx quien nuevamente pareciera decirnos que debemos releerlo y comprenderlo integralmente; particularmente, en la postura marxista que el proletariado en la formación de sociedades capitalista seria llamado a ser la clase social mayoritaria pues es la que da sentido y sostiene a todo el aparato capitalista. Sin embargo, esta creciente importancia social del proletariado ha llevado de alguna manera a castigar la conciencia de clase y pauperizar como incluso vemos en México la clase media que cada vez se asemeja más a las clases pobres y no a las clases altas como hubiese sido el propósito de las sociedades capitalistas. 

Si damos por cierta la afirmación que considera que la democracia se nutre de la capacidad de las sociedades de construir lo que llamaríamos un Gobierno de Instituciones quizá podríamos comenzar a plantearnos si frente a las instituciones que hemos creado la democracia sigue siendo funcional como el elemento de cohesión y desarrollo integral, o si tenemos que redefinirla frente al riesgo permanente del uso de la fuerza al que recurren los gobiernos autocráticos para mantenerse en el poder. 

Quizá por ello Norberto Bobbio en “El Futuro de la Democracia nos advierte que la mayor amenaza a la democracia viene de su propia esencia: la falta de un gobierno que ejerza correctamente sus facultades, la perdida de espacios públicos y la incapacidad de los sistemas sociales para dar respuesta a los cambios y a la necesaria adaptación a los esquemas globalizados en que vivimos. 

Desde la perspectiva social todos esperaríamos que la democracia fuera una estructura permanente que garantice equidad y justicia. De modo que lo que llamamos valores democráticos apuntan a un sistema de poder que garantiza que los derechos ciudadanos sean un realidad permanente y funcionen como motor de cambio en la propia sociedad. 

Para quienes ejercen el gobierno, su estructura de poder radica en la fuerza ciudadana que representan. Por ello, nuestra constitución ha privilegiado la democracia representativa que justifica el ejercicio correcto del poder político y mantiene la gobernabilidad. 

Pero aun y con todas estas bondades la democracia no parece en todas las sociedades estar garantizando la permanencia de derechos y la estabilidad política. Muchos países y muchas sociedades parecen replantearse si la democracia realmente es el eje de sus decisiones políticas. Simplemente pensemos en países de importancia económica no menor como Rusia, China o Turquía, gobernadas por presidentes abiertamente autócratas en donde la democracia parece ser un tema del pasado. 

Y aunque usted no lo crea los ciudadanos parecen estar conformes con este giro que dan a su propia organización social. El mejor ejemplo, porque lo tenemos en la frontera sur es el gobierno del Salvador encabezado por un hombre más cercano a la figura de un dictador que a la de un presidente, Nayib Bukele, que, a pesar de su talante abiertamente dictatorial, prácticamente arrasó en la reciente elección presidencial para un segundo mandato. Si usted se pregunta cómo es eso posible en el Salvador, la respuesta está en la respuesta que Bukele ofreció en temas de seguridad. 

El gobierno salvadoreño ha dispersado a quienes se consideraban opositores con su gestión gubernamental y se ha caracterizado por el ocultamiento de información pública, la militarización de la seguridad publica y la proliferación de detenciones arbitrarias, así como el encarcelamiento masivo de opositores.  Amnistía internacional a pesar de dar cuenta de todos esos excesos no pudo impedir su reelección apabullante. 

Durante 2024 habrá numerosas y muy importantes elecciones. Para nosotros importan las propias y sin duda, los Estados Unidos. Permítame seguir comentando el tema, en la próxima entrega.

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