Uriel Flores Aguayo
Poco funciona en los gobiernos de los tres niveles y en los poderes públicos. Tal vez en el nivel municipal haya más resultados y cercanía con los ciudadanos. Vivimos esa experiencia cotidianamente. El presidente y sus gobernadores andan en permanente campaña, los senadores y diputados federales y locales se representan así mismos o, cuando mucho, a sus partidos, son la casta más dócil; el interés general no es prioridad en la inmensa mayoría de los funcionarios, las policías no nos cuidan, los agentes de tránsito no resuelven problemas de tránsito vehicular, ambos nos atracan , son recaudadores; los gobiernos son partido, condicionan todo a lo electoral; la educación y la salud son un desastre, sus directivos son analfabetas; los programas sociales son asistenciales y electoreros, se humilla a los pobres y se les ve como clientes; los empleados públicos son tratados como objetos y esclavos; se reprime al disidente, se ofende y se desconoce al otro; gobierna la ignorancia, manda el discurso demagogo; volvieron o nunca se fueron los actos masivos hechos con acarreos grotescos, que ofenden la inteligencia; están vigente el nepotismo y el amiguismo, son gobiernos familiares y de cuates; no hay, o es poco, el sentido de responsabilidad, la visión de servicio y la capacidad suficiente para garantizar eficiencia en las administraciones; se sobre lleva el presupuesto y se ejerce el poder en términos tradicionales y de auto consumo. Estos tipos de gobiernos, lejos de la legalidad y cerca del ocio, son una carga para la ciudadanía y resultan demasiado, desproporcionados, costosos; su intrascendencia incide en la multiplicación de los problemas sociales, en que poco funcione y poco se resuelva. La única manera de superar esos niveles de mediocridad es con votos, es limitarlos en su representación o cambiarlos con alternancias. Por vergüenza es imperativo evitar que los malos gobernantes nos vean la cara y se burlen de nosotros. Hay que ponerlos en su lugar. Muchos rasgos de los gobernantes están también en la oposición, son problemas de la clase política, una verdadera casta. Son sus privilegios los que los fusionan. Sin autocrítica y propósitos reales de otras formas de hacer política y gobernar, tendremos más de lo mismo. A todos debemos exigirles compromiso democrático y administraciones eficaces.
Recadito: repugnante el acarreo de la gente.