Acertijos

Gilberto Haaz Opinión

De Francis Scott Fitzgerald: «Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia». Camelot

Gilberto Haaz Diez

11-S AÑOS DESPUÉS

A las 9:30 de la mañana, el dueto Simón y Garfunkel), interpreta la mítica canción ‘Los sonidos del silencio’. Estoy pegado a la tele en Foro TV de Televisa. León Krause está en vivo. Se entrevistan entre ellos. Entre comunicadores. Leo Zuckerman a Loret de Mola. Carlos Loret de Mola ahora habla de Afganistán y de aquellos funestos días en que Yorchito Bush, todo enojao, les tiraba bombas como racimos de coyoles. Todos recordamos aquella mañana del 11 de septiembre. Yo aún dormía. Mi esposa me llamó desde España, donde era de tarde y me despertó con ese despertar que despertó al mundo todo asombrado. Jorge Berry estaba al aire en Televisa. Da la nota 18 minutos después del primer ataque, la repiten.
CNN cubre en vivo toda la ceremonia en Nueva York. Al pie donde ahora, años después, plantan el Memorial y fijan los miles de nombres de todos los caídos, lo mismo en las Torres del WTC que en El Pentágono y aquel avión misterioso que se estrelló entre peleas de americanos y terroristas. Como aquel día en que balearon al presidente Kennedy, todos recordamos esa mañana septembrina de 2001. He estado unas cuantas veces en esa llamada Zona Cero, cuyo nombre obedece a que la utilizó el diario The New York Times por primera vez, cuando la zona dañada de Japón, Hiroshima y Nagasaki, recibieron las bombas que tiró Harry Truman. Dizque para detener la guerra. Zona Cero se le llamó. La revivieron en el WTC. Barack Obama llega a esa ceremonia con un entorchado. Como los indios Sioux en tiempo de guerra, lleva en una mano la cabeza de Osama Bin Laden, a quien los marines atraparon, liquidaron, asesinaron y tiraron sus desechos al mar, para que jamás hubiera un lugar fijo donde le adoraran. Al Jazira lloraba. La cadena televisiva se ponía de luto. El tipo más odiado y más buscado por los marines, era ejecutado. El nombre de Al Qaeda se conocía.

ESAS HISTORIAS

Desde aquel 11-S, ha corrido muchísima sangre en el mundo. Han escrito libros y libros y han salido hipótesis de conjuras y de culpas a Bush, de que sabía lo que iba a ocurrir. Entra al aire Jorge Castañeda, en saco, sin corbata. Era el secretario de Relaciones Exteriores de Vicente Fox, quien llegara tardísimo a visitarles, cuando ya lo habían hecho dignatarios de Europa, casi todos. Cuando llegó el vaquero con botas mexicano a ver al vaquero con botas texano a Nueva York, Bush le dijo: «Vaya, te tardaste, pensé que no venías». Martita lloraba. Bush había estado hacia poco en el rancho de Fox. Esa afrenta no se la perdonó. Lo tildó de gente no seria y no aliada. Repiten aquella escena cuando un agente del Servicio Secreto llega ante el presidente en una escuela, y al oído le dice que un avión se estrella en una Torre. Bush pone cara de pasmado. Luego huirá como conejo espantado arriba del Air Force One, porque nadie sabía el tamaño del golpe del terrorismo. Hablan los familiares de los muertos. Las televisoras en vivo comentan sucesos.

EN LA ZONA CERO

En el espejo de agua del nuevo Memorial. Se ve a Bill Clinton. Unidos. Obama va a Pennsylvania, donde cayó el otro avión. Visita El Pentágono, los tres sitios de la muerte. Un día antes al Cementerio de Arlington, a rendir homenaje a los soldados caídos en Afganistán e Irak. Al paso, espía la tumba de los Kennedy. Sale a cuadro un bombero. Los grandes héroes de aquel día. Los grandes admirados. Cuando visité Nueva York, meses después, encontré en sus cuarteles de bomberos fotografías de compañeros que murieron. Un altar como los que los mexicanos ponemos, con velas y fotografías de rostros. Un ritual de reconocimiento. Ondean las banderas a media asta. Me paso a CNN.
La palabra Solidaridad es la que más se escucha en este día.
Escribo estas líneas un septembrino día del 11.
Aquello fue una tormenta de desolación y muerte. Oigo a Etta James con ‘Tiempo Tormentoso’ (Stormy Weather), otra tormenta, la que señala: «Y quiero que esas estrellas allá arriban brillen esta noche».
La neoyorkina cosmopolita, donde se pueden oír ciento y pico de lenguas extranjeras en cada calle. La impactada con aquella escena cuando los neoyorkinos, aterrados, cruzaban el Puente de Brooklyn en carrera para evitar la muerte. Ese puente que se construyó en 13 años. La del Empire State y sus teatros de Broadway. La que rivaliza con París en hermosura y cosmopolita. Esa ciudad que ese día de hace años, mordió el polvo de un ataque traidor y terrorista. La que se pensaba que jamás se levantaría de sus escombros y hoy allí están, homenajeando a los caídos. Cantando canciones. Rezando en sus templos.
Aquello les lastimó duramente. Muchos de ellos perdieron sus trabajos. Quedaban sin empleos. Empresas desaparecieron junto a los miles de toneladas de acero que caían en el bajo Manhattan. Algún día habrían de pagar esa afrenta.
No fueron mucho por la respuesta, Bush les atacó sin piedad, y Obama les trajo la cabeza del terrorista Osama Bin Laden, un tipo malo.
Oh, qué ingrato recuerdo de ese septiembre negro.

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