*Los grandes periodistas nunca mueren. Quedan sus letras. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
A LA MEMORIA DE MANUEL MEJIDO (QEPD).
Le conocí hace algunos años, por mediación de otro paisano terrablanquense, Güicho Álvarez, quien junto con mi hermano Enrique, cuatro cuenqueños departimos un desayuno en VIPS de Boca del Rio. Era Manuel Mejido, el más grande periodista nacido en nuestro pueblo, Tierra Blanca. Una leyenda del periodismo, entre los huevos revueltos nos platicó sus peripecias del mundo. Escritor de aquel legendario Excélsior de Julio Scherer, y que cubrió, por estar en el lugar y momento adecuado, el golpe malvado de Pinochet a Salvador Allende en Chile, un libro que se publicó, Manuel Mejido murió ayer a sus 89 años de edad, bien vividos, mientras en Veracruz otros cuatro terrablanquense lo recordamos. Pequeño radiodifusor con una estación, en Cuernavaca, Morelos, yo lo recuerdo, porque poco después me invitó a la presentación de un libro suyo, “Con la máquina al hombro”, en Xalapa, quizá el ultimo de su autoría, y aquí lo rememoro.
CON LA MAQUINA AL HOMBRO
“Voy al auditorio Silvestre Moreno Cora, atrasito de palacio de Gobierno jalapeño, allí donde los políticos, como las almas, suelen hablarse de tú con Dios, como en Chapala. Voy a la presentación del libro de Manuel Mejido (Tierra Blanca, Veracruz, 8 de diciembre de 1932) “Con la máquina al hombro”. Donde destaca batallas periodísticas y buena parte de su vida en ese caminar con esa máquina Lettera 22 marca Olivetti que, asegura Mejido, sí se echaba al hombro. Máquina con la que escribió reportajes que pasan a la historia de los anales periodísticos. Es mañana friolenta. Llego a las seis de la tarde, en la entrada de ese pequeño auditorio que albergará a unas 250 personas hay una gente con los libros. Compro cinco. Regalaré a algunos amigos. Se entera uno que Mejido -un químico metalurgista, carrera que estudió en la UNAM, porque no existía la de periodista-, llegó un día después de preguntar a un amigo quién era el mejor periodista de México: Carlos Denegri, el afamado periodista de Excélsior, aquel de quien Julio Scherer llamó: “El mejor y más vil de los reporteros”, otra leyenda. Denegri pensó que le haría una entrevista, porque Mejido ya reporteaba en Clarines. Iba a que Denegri le enseñara a ser periodista. Lo reclutó y con él a su lado aprendió este oficio del que García Márquez dice es el mejor del mundo. El libro desvela el caminar de ese hombre lúcido de casi 80 años, hijo de padre gachupín, que en Tierra Blanca fue primero secuestrado, luego asesinado. Hijo de padres españoles que llegaron a esa tierra ferrocarrilera con una mano adelante y otra atrás, a hacer la América, como la hacían todos ellos, y que al tiempo se convirtió, su padre, en un empresario encumbrado y adinerado, distribuía todos los productos habidos y por haber. Mejido, 18 veces Premio Nacional de Periodismo, este hombre que ha sido una leyenda en el periodismo, sonreía a placer y le firmaba a quienes habían adquirido el libro. Los viejos periodistas nunca mueren. Y cuando lo hacen, dejan un legado de su bien escribir.
AVE DE MAL AGÜERO
Ave de mal agüero, le comenzaron a llamar porque, por donde Mejido llegaba, sucedía un problema. Le ocurrió en aquel Paris de las revueltas del 68. Cuando buscó a Jean Paul Sartre y le entrevistó. Le ocurrió por varios lados, vamos, le ocurrió allí mismo en Xalapa, porque el profesor Zúñiga se quejó de que no le habían autorizado la estructura orgánica de su universidad. Pero no era ave de mal agüero, quizá el destino lo ponía donde algo brillaría, aunque fuera maldad. Como le ocurrió el día que llegó en un viejo auto Citroën a entrevistar a Picasso, y este le pintarrajeó su auto con el arte muy suyo, Mejido creo que lo vendió en algo así como cinco mil dólares, al paso del tiempo, que eso era mucho dinero en aquel año. Del auto sólo existe la foto. Se desconoce si lo conserva algún coleccionista.
Igual cuando tuvo a Gabriel García Márquez o a Pablo Neruda, que no eran aún Nobel. O a Eisenhower, o el momento que Miguel Alemán Velasco le consigue subirlo al avión Air Force One de la Casa Blanca, para ir a los funerales del gran Charles de Gaulle, donde escribió crónica mortuoria señera.
Una historia viva. Un libro que desvela su caminar, su paso por el periodismo. De ese hombre al que una vez preguntaron de los viejos y nuevos periodistas, para responder que eso no existe: “Qué solo hay buenos y malos periodistas. Como todo en la vida”.
Ayer murió el buen Mejido, en Tierra Blanca seguro sus amigos le dirán una misa. Descanse en paz, y ahora debe estar con Hemingway, Denegri, Scherer, García Márquez y Neruda, cotorreando el periodismo, en ese panteón de los ilustres.