*Tlacotalpan es una fiesta. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
DIA DE LA CANDELARIA (EN SALINAS)
He estado algunas veces en ese sitio llamado Tlacotalpan, en su Día de la Candelaria. El legendario 2 de febrero. La historia bíblica cuenta que se conmemora la presentación del Niño Jesús en el Templo. Para llegar a Tlacotalpan se cruza Salinas (nada que ver con el expresidente), pueblo pegado a El Mosquitero, una aldea pueblerina donde los chamacos cambujos, tostados por el sol, con la panza descubierta y llena de lombrices piden que le compren los famosos platanitos fritos, caseros, hechos a mano, fritos con aceite casi de camión, la salsa aparte. En el cruce de un puente ya habilitado, que estuvo por años detenido, el que desvía hacia el verdadero viejo Paso del Toro, en las vías, lo bordeamos. En los puestos, guanábanas, piñas, papayas, tamarindo, plátano, yaca, algo que aseguran los vendedores es ‘como el Viagra veracruzano’, o alguna jalada. Las frutas de la tierra veracruzana, a la vista. Cerca de aquí existe una empacadora de frutas, de Herdez, venida a menos, la han cerrado por incosteable, en Los Robles. Como la leche que compraba Nestlé en toda la zona. Salinas es un pueblo que no obedece al nombre de Carlos, no se vayan con la finta. Es muy viejo, creo que lo bautizó Pedro de Alvarado cuando anduvo por estas tierras, en 1519, tierras que olían a Conquista. La carretera ahí va, mucho mejor que la de Capufe. En Salinas se venden los mejores tamales de elote. Ya rondamos por La Laguna, vemos la desviación de Tlalixcoyan. Ya huele a tamales de elote, aparece la geografía pueblerina, La Mixtequilla, El Corralito, el contraste entre la modernidad y lo clásico, un Oxxo pegado a la carretera. Uno de los miles que hay en el país, el conglomerado más grande de venta de frituras de chatarras. Una patrulla de la federal de caminos a las vivas, multan a un pobre chatarrero. Los campos sembrados de piña, a ambos lados de la carretera. Aquí llega uno a Loma Bonita, Oaxaca, la ciudad de las tres mentiras: ni está situada en una Loma, ni es Bonita, ni es Oaxaca, piensan y viven como veracruzanos. Como Santillana del mar, en la Cantabria española: ni es Santa, ni es llana y no tiene mar. Los sombreros de palma a 25 pesos. Los de tres pedradas, que usan los rancheros y lecheros de esta zona. Los del campo, pues. El presidente Echeverría, en su paroxismo de locura, creó un aeropuerto internacional en Loma Bonita, no pensaba mal el hombre, era para que desde allí se exportara la piña al mundo, lo que pasa es que en aquel tiempo los narcos se vieron más listos y la utilizaron para el trasiego de la droga. Hasta que un día llegó el Ejército y la selló. Hoy habrá algarabía en el pueblo, mucha gente, aunque las marchantas dicen que menos que el año pasado. Llegan de todo el país, el parque es una romería, conjuntos tocan música grupera. Los puesteros a las vivas. Vigente la casa de Rafaela Murillo, donde se venden las blusas bordadas a mano y los trajes de jarochas típicas, por encargo siempre. Tlacotalpan es Pueblo Mágico. Bello. Único. Y tiene un rio.
LOS FESTEJOS ANTIGUOS
Hace algún tiempo, en ese lugar donde el rio Papaloapan embellece y a veces cobra furia y fuerza y se desborda, entre el paseo y las fiestas, se celebraba una comelitona para picudos. Era en la casa de Vitico Pereda, el amigo personal del añorado escritor Germán Dehesa, veracruzano, un escritor como no había dos de su estilo extraordinario y su forma de escribir. Iba el gobernador en turno. Solo entraban los elegidos. Otras se hacían en la casa de Rafael Murillo “La Flecha”, festejos de un pasado que se fue, al menos de los políticos, y que la ciudad sigue viva y con muchísimos turistas que la van a contemplar en estos días donde la vida sigue igual, aunque en otro tiempo y no con la misma gente. Allí llegaron gobernadores como Miguel Alemán, con su inseparable Alejandro Montano, Fidel Herrera y Javier Duarte de Ochoa. Alguna vez, lo recuerdo, Dante Delgado Rannauro, que ya no era priísta, merodeaba por el pueblo y por poco veríamos en vez de un duelo de jaraneros, un duelo de políticos componiendo el estado y el país. Hace años que no voy. Pero debo ir a hacer un recorrido, para volver a oler esos pueblos que tienen olor único, de arte y poesía y decimeros y música y gente buena, ah, y de comida chingonometrica (palabra tlacotalpeña)
EL COMPAYITO (GRANDES RECUERDOS)
Hace años fui de corresponsal de guerra, cuando las terribles inundaciones, el día que el agua llegó al pueblo y aquello parecía Venecia. Fui a su Fiesta. Visité la afamada Casa de Rafaela Murillo, como si fuera de Coco Chanel, se vende la mejor ropa bordada a mano. Dos mil y pico cada una, nada baratas, en casa antigua con tejados y mujeres de vestimenta típica. Reza un letrero que se hacen trajes de jarochas a la medida, que esos deben andar en los 8 mil pesos para arriba. Pero los valen. Ofertan tres mecedoras de madera, al pie. Recuerdo esa vez cuando comí con un par de amigos en la casa de Juan Carlos Molina Palacios, el famoso Compayito, muerto en condiciones terribles en 1919 a las afueras de su rancho en Jamapa, y a quien ni sus compañeros diputados ni la Fiscalía ni nadie, le han rendido justicia, encontrando a sus criminales. Juan Carlos Molina compró la casa en Tlacotalpan, con todo y mobiliario, cuadros y muebles, como dicen los pueblerinos: “Compró potro en barriga de yegua”. Casa pegada al Rio Papaloapan, el de las Mariposas. Comimos muy rico en esa casa, unas veinte personas, y desde ahí vimos el Paseo a la Virgen. Molina era un extraordinario anfitrión. Hoy seguro esa casa está vacía, o a lo mejor ocupada por su familia, que seguro ella y sus amigos siguen esperando Justicia. Descansa en paz, Compayito.