Al Derecho y al Revés

Carlos Javier Verduzco Reina Opinión

“EL PAPA EMÉRITO”

Dr. Carlos Javier Verduzco Reina [1]

El 31 de diciembre pasado, un día de tradicionalmente pocas novedades, el mundo miró de repente hacia las noticias vaticanas al conocerse la muerte del Papa Benedicto XVI conocido en los últimos 10 años como el “Papa Emérito” por haber renunciado sorpresivamente a ejercer el ministerio Petrino alegando falta de fuerza para continuar[1]. Ya teníamos noticia que el estado de salud del Pontífice se encontraba frágil y delicado. No obstante, es curioso que, a pesar de esa fragilidad, Joseph Ratzinger haya permanecido más tiempo como Papa Emérito que como Papa en funciones. Su muerte, aun estando alejado del ejercicio del papado, abre diversos flancos de análisis, de confrontación de ideas y de las perspectivas que se presentan hacia el futuro de la Iglesia Católica. La primera desde luego es reconocer que ahora el poder político que representa la figura del Papa se concentra en el Papa Francisco quien claramente nos ha mostrado que contrasta en visión y en manera de ver el futuro de la Iglesia no solamente el Papa Emérito sino también con su antecesor, el Papa Juan Pablo II.

Benedicto XVI encarna con su estilo sobrio y poco afecto a los reflectores una etapa crucial en la transición del pensamiento católico y en la forma de enfrentar los retos que representa el siglo XXI y los avances en tecnología y acceso a la información que día a día nos abruman. Para no pocas personas, Ratzinger resultaba una figura poco atractiva a la prensa y a la difusión del sensacionalismo tan propio de nuestra cultura occidental lo que, además, se magnifica al contrastar su personalidad con la de Juan Pablo II, un verdadero fenómeno en el manejo de su imagen publica gracias a su extraordinaria personalidad y a su capacidad innata de comunicarse con los demás, probablemente por su vocación actoral que desarrollara ampliamente en su juventud. El Papa alemán en cambio, era un académico de formación, un hombre de estudio que en la teología encontró un camino y una forma de expresión particular, dentro de la Iglesia. La simbiosis que se produce entre el filósofo Juan Pablo II y el teólogo Benedicto XVI explica la postura que asumió la Iglesia Católica durante el papado de ambos personajes. Sus Encíclicas son el mejor ejemplo de la manera en que complementaron sus pensamientos y su visión de la fe, más allá que estemos de acuerdo con la postura que ambos sostuvieron.

Ratzinger nos ha sido mostrado como un hombre severo, estricto y poco abierto a entender la realidad social del mundo, particularmente si analizamos su paso como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe con Juan Pablo II. Cuidado con las conclusiones apresuradas. Para entender mejor a Ratzinger, veamos su historia de vida y la manera de defender los dogmas con los que vivió. Tanto Ratzinger como Karol Wojtyła​ viven los horrores de la Segunda Guerra Mundial, especialmente los abusos del nazismo y su expansión europea. Sin embargo, mientras Ratzinger lo asume desde la perspectiva alemana, Wojtyła​ lo vive como un hombre que sufre la persecución religiosa a la Iglesia Católica polaca, muy apegada a los valores de mística y pensamiento tradicional que serán el vehículo y motor de la unidad nacional de su país durante la invasión nazi y luego la comunista[2].

En su juventud, Ratzinger se consideró un hombre progresista que pugnó por las reformas que al amparo del Concilio Vaticano II promovieron tanto el Papa Paulo VI como su antecesor Juan XXIII quien desde finales de los años 50’s advirtió la necesidad de modernizar a la iglesia e impulsar una gran reforma mediante un proceso de revisión de temas muy sensibles para la unidad y el futuro, buscando acercar a los católicos a su iglesia y hacerla más propia de cada país o a cada región. Es celebre la frase de Juan XXIII para iniciar los trabajos del concilio Vaticano I: «Abramos las ventanas de la Iglesia. Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia«[3]

Ratzinger había sido ordenado sacerdote en junio de 1951. Sabemos que era el menor de tres hermanos y que su padre era policía en Alemania. Siendo muy pequeño, apenas tiene 6 años, los nazis toman el poder en Alemania de modo que su niñez y juventud estuvo ligada al auge del nazismo. También sabemos que su familia no simpatizaba con el régimen y que el propio Ratzinger a pesar de haber sido inscrito en las juventudes nazis decidió desertar de ellas por no compartir la ideología del Nacional Socialismo.

En 1953 ya como doctor en teología por la universidad de Múnich, comienza su actividad como profesor universitario la que, al tiempo, se tornará en una larga y frutífera actividad intelectual que producirá no solo una gran cantidad de trabajos académicos y de investigación[4] sino que también, atraerán la atención del arzobispo de Colonia, Joseph Frings quien lo designará su asistente en los trabajos del Concilio Vaticano II. Durante el Concilio, Ratzinger se convierte en una de las figuras que con mayor fuerza impulsará cambios estructurales y de fondo y no simples adecuaciones cosméticas que no representaban el propósito de una reforma tan importante como algunos pensaban debiera ser. De hecho, sus opiniones en el Concilio llamarán la atención del propio Papa Pablo VI quien lo invitará a buscar nuevas formas de acercar los dogmas de fe cristiana a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe que, como sabemos, años después encabezará durante el papado de Juan Pablo II.

Apuntemos. La Congregación para la Doctrina de la Fe es la oficina del Vaticano responsable de preservar el dogma que sostiene a la doctrina católica como institución; por ello, evalúa de acuerdo con el derecho canónico la manera en que debe preservarse y eventualmente, aplicar procedimientos disciplinarios a quien deja de observar las reglas que de ahí nacen. En este punto, nos parece, se encuentra el punto de inflexión para entender la severidad de las posturas ideológicas que sostuvo después como Papa, Benedicto XVI.

Al amparo de las reformas impulsadas por el Concilio Vaticano II surge particularmente en América Latina un fenómeno de interpretación de la doctrina católica de corte social, acercada a los pobres, que de manera común se conoció entonces como “La Teología de la Liberación”. Esta forma de interpretar aspectos teológicos derivados del Concilio Vaticano II propone no solo una explicación de la pobreza y opresión que se vive en la segunda mitad del siglo XX en América Latina sino que, además, propone vías de superación a partir de identificar las causas de esta segregación social. La polémica no residía en el objetivo sino en los métodos que en algunos países, como en Nicaragua, se vincularon a revoluciones armadas.

El origen de la Teología de la Liberación está unida a la renovación propuesta por el Concilio Vaticano II en una interpretación particular que nace de obispos franceses y alemanes que habían participado activamente en el Concilio Vaticano II y cuyas ideas aterrizan en América Latina en 1968 durante la Conferencia General de Medellín, Colombia. Entonces Latinoamérica resultaba un terreno propicio para desarrollar postulados que se consideraron socialistas y que la derecha, particularmente encabezada por políticos y algunos clérigos estadounidenses, condenaron desde su inicio.

Si bien la teología de la liberación no tenía como propósito inicial un objetivo político o de cambio social, era obvio que en el continente americano encontraría un terreno fértil para que lideres sociales, incluso vinculados a la propia iglesia, lo utilizaran como un vehículo ad hoc para procurar un cambio social a cualquier costo no siempre cercano en sus métodos y estrategias a lo que mandataba su propia fe. Así, se terminó por separar a un numero importante de obispos y sacerdotes al no ajustarse a los cánones aprobados por el Vaticano.

En este punto es que reconocemos al Ratzinger severo, enérgico y decidido a preservar el dogma aprobado por la Iglesia. Desde luego, habrá quien piense que es una visión anticuada y que la Iglesia Católica como institución debe renovarse. Es probable, también, que personajes tan importantes como el propio Papa Francisco comparta la opinión de la importancia que para los pobres representa la Iglesia Católica y que como una institución que se acerca a los sectores mas necesitados de la sociedad debe ayudar activamente no solo en divulgar un mensaje de esperanza espiritual sino también de auxilio material y humano que les permita salir de la postración en que se encuentran. La clave es la forma, la estrategia, el método que se utiliza para alcanzar estos propósitos.

No perdamos de vista que la religión sale siempre al paso de algunas necesidades humanas de orden cultural, socio-político o psicológico y que ninguna cultura puede prescindir ni del mito ni del rito. Durante su vida como teólogo Ratzinger reflexionó hondamente sobre este punto buscando explicar lo que para él fue clave en su formación y en su modo de ver la religión: la verdad del cristianismo.

Ya como Emérito, Ratzinger argumentó que la razón sin la fe se automutila, se queda paticorta e incapaz de dar satisfacción a las inquietudes fundamentales del espíritu humano. Igualmente, una fe sin razón se halla expuesta al riesgo del fanatismo, el fundamentalismo y la violencia. Quizá esto explique su posición tajante e inflexible y la interpretación de la doctrina social de la iglesia alejada de los movimientos sociales violentos. Es una simple opinión personal.

En resumen, Benedicto XVI deja un legado que probablemente con el tiempo pueda ponderarse, discutirse y valorarse en la necesidad de encontrar los caminos que permitan a la Iglesia Católica acercarse a su feligresía sin descuidar la pureza y la necesidad de mantener el dogma como centro de unidad y permanencia de una institución que aun representa la religión que profesan más de dos mil millones de personas en el mundo. El tiempo seguramente pondrá a Benedicto XVI en el lugar que merece ocupar como uno de los teólogos más importantes de su tiempo y sobre todo como un hombre convencido de su fe.

 

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:

[1] Benedicto es el primer Papa en 598 años en renunciar

[2] Quizá recuerde usted la expresión del Papa Juan Pablo II en su primera visita a México hablando de la unidad del catolicismo mexicano “México siempre fiel” la frase es de origen bíblicamente polaco. En Polonia se solía decir Polonia siempre fiel a pesar de la invasión de los nazis y luego por la Rusia comunista que intento crear una iglesia separada del Vaticano que estaría bajo la guía de la Unión Soviética. Si es de su interés consultar la homilía completa pronunciada por Juan Pablo II el día 26 de enero de 1979  en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México puede consultar el enlace siguiente: https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/homilies/1979/documents/hf_jp-ii_hom_19790126_messico-cattedrale.html

[3] Para conocer más sobre la vida del Papa Juan XXIII existen un sinnúmero de textos que podrían recomendare. No obstante, y para mayor facilidad se puede seguir el siguiente enlace y acercarse si desea a su vida y obra. https://www.vatican.va/content/john-xxiii/es.html

[4] Dentro de los muchos textos escritos por Benedicto XVI destacan en nuestra opinión “Introducción al Cristianismo” escrito en 1978 y “Dogma y Revelación” escrito en 1973

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