Uriel Flores Aguayo
Hablar de Cuba es una invitación inmediata al debate apasionado. Tiene simpatías casi inamovibles a una revolución ocurrida hace 63 años, así como cuestionamientos puntuales de quienes han conseguido salir de esa isla. No es sencillo abordar la realidad cubana. En tanto su situación se deteriora y va de mal en peor, con todo y los oportunistas apoyos vía programas y compras del gobierno mexicano y otros. Su problema es de modelo, el estatismo, ese que se derrumbó en la URSS y en Europa Oriental. Es lógico que no funcionará lo que no funcionó. Solo les queda una concepcion y ejercicio totalitario del poder.
Pudo haber sido diferente. Su revolución y proclama socialista se dió en el contexto de la guerra fría entre los EE. UU. y la URSS, adoptando el sistema político de esta última: propiedad estatal de los medios de producción, partido de Estado, liderazgos eternos, ausencia de libertades democráticas e inclusión en un bloque mundial. Su idea de la dictadura del proletariado se materializaba en el partido único y este en un reducido grupo de Direccion encabezado por una persona. Ese modelo voló en pedazos por ineficacia y corrupción donde se aplicaba; solo en contados lugares, incluyendo a Cuba, se continúa aplicando. Es un modelo que suprime a la iniciativa privada, bloquea al mercado, planifica en el papel, ahoga el potencial de la sociedad y prohíbe a las empresas particulares. El resultado es la baja producción, la dependencia del exterior, la escasez, la carestía, el mercado negro, la corrupción, el hambre y la miseria.
Cuba es una tragedia humanitaria, un pueblo sometido por una gerontocracia que vive de discursos y propaganda. Es impactante el éxodo cubano, su sufrimiento y los peligros que enfrenta. En Mexico somos testigos del incesante paso de los cubanos que anhelan llegar a los EE. UU. Solo desde la rara negación y el auto engaño se puede seguir creyendo que en Cuba hay algo valioso que apoyar que no sea su sufrido pueblo. El presidente AMLO no viene de la izquierda socialista, por tanto, no vivió aquellos tiempos de la solidaridad incondicional con Cuba; su exagerado apoyo al gobierno de la isla parece más bien una forma de retar a los Estados Unidos. Es innecesario y cómplice seguir respaldando a un régimen opresivo que no duda en reprimir, encarcelar y violar los derechos humanos sobre todo de su juventud. Es un gobierno el cubano que huele a viejo y a farsa. Su pretexto del embargo no le alcanza con la gente de buena fe para cubrir sus atrocidades. Opino por antecedentes, fui integrante de un grupo de solidaridad con Cuba y alguna vez visité ese país.
Ya es un accidente histórico, un pasado de libro de texto y la reafirmación de una dictadura lo que pasa con el gobierno cubano. Sin libertades básicas y sin bienestar económico no tiene sentido y futuro el modelo cubano; prolongarlo es la agonía de un pueblo, es hambre y represión. Si nos queda una reserva ética, debemos denunciar los abusos y ser solidarios con los cubanos. Hagamos la pregunta entre nosotros, cuestionemos, conversemos, realicemoscomparaciones entre la mayoría del mundo, incluidos nosotros, y Cuba. Demos respuestas sobre si eso que se vive allá es lo que queremos para nosotros. Y los activistas buena onda que apoyan incondicionalmente al gobierno cubano, que hagan un examen de conciencia y revisen sus niveles de decoro y buena fe. No deben seguir siendo los sujetos útiles de causas perdidas y oxidadas. No hay romanticismo posible ante poderes infinitos, no sujetos a escrutinio de sus ciudadanos, dueños de vidas y países. Es penoso el apoyo oficial mexicano al régimen cubano si únicamente busca notoriedad para las negociaciones con EE. UU.; es decir, el caso cubano tampoco les interesa realmente a los habitantes de Palacio Nacional. Será sueño o deseo, propósito u objetivo, pero es poco lo que se haga ciudadana mente para apoyar a la gente en Cuba; no merecen, no es Justo, estar condenados a una vida miserable y opresiva.
Recadito: pobre Veracruz, sin rumbo y asediado por la incontenible violencia.