Uriel Flores Aguayo
La individualidad y lo colectivo atraviesan las nociones de pueblo y ciudadanía. En los tiempos del autoritarismo, previo a la transición democrática, el discurso dominante invocaba al pueblo en abstracto, como territorio de unanimidad y sin rostro. Así se reunían a las masas populares en gigantescos actos de corte soviético o nazi, también se les cuantificaba como sufragantes votaran o no. A nombre del pueblo se gobernaba, obviamente sin tomarlo en cuenta. Esas prácticas las justificaban con el origen revolucionario del grupo y partido en el poder; eran el pueblo, la patria y la nación en un mismo paquete. Del ciudadano concreto, individualizado, casi nada se tomaba en cuenta. Eras de algún sector popular o no contabas. Con la transición democrática tuvo un auge la sociedad civil organizada, así como, las organizaciones populares independientes; igualmente surgieron instituciones autónomas con funciones claves en el funcionamiento del Estado mexicano. Las reformas electorales como efecto de otras condiciones sociales y políticas, donde la libre pluralidad se abría paso, reivindicaron y dieron centralidad al ciudadano. La máxima era un ciudadano equivale a un voto y los votos se cuentan. El discurso de la revolución que tomaba al pueblo como recurso retórico estaba en retirada.
Sin embargo, algo de ese pasado autoritario y demagógico ha vuelto con fuerza, fuera de contexto, pero con muchos ánimos y efectos. Es evidente un desprecio por la pluralidad, negándola o reduciéndola por la fuerza. Se asume que solo hay una voz verdadera y que las demás no son legítimas; es un profundo acto de intolerancia la de negar al otro. Mucho tiene también de bobería e irresponsabilidad. Somos una sociedad plural que coexiste en un marco democrático. No hay base para actitudes excluyentes y fundacionales; no descubren el hilo negro. Ganaron elecciones y tienen derecho a impulsar su programa; pero nada más. Están obligados a respetar las reglas de la democracia. Su mandato tiene plazos. Pierden el tiempo y obstruyen avances democráticos con cualquier pretensión autoritaria. No lo lograrán si nos atenemos a la sociedad urbana e informada que somos mayoritariamente. Sin los resultados del 2018, coyunturales, estarán obligados los líderes gobernantes a explicar sus posturas y debatirlas con otros, así como rendir cuentas. Lo que viene no será un día de campo.
Una de las grandes tareas democráticas de estos tiempos mexicanos es la de impulsar con más fuerza el desarrollo ciudadano, esto es, la participación ciudadana en la vida pública. Que lo haga individualmente o en forma organizada. Que se impida la absorción indigna del ciudadano en esa masa que aluden como pueblo los líderes demagogos. Cada ciudadano tiene nombre y derechos. Es repugnante la manera en que se toma el concepto pueblo para justificar cualquier cosa. Son tiempos oscuros en materia de la libertad y los derechos de la gente. Se apela al pueblo como masa amorfa en la foto del mitin que sea, como número en consultas y votaciones, y en la fuente supuesta de sabiduría para seguir encumbrando a personajes mediocres y demagogos. Si a la idea de pueblo como el todo de una sociedad libre, donde cada uno de sus integrantes cuenta y donde decide realmente. Las farsas y los abusos deben frenarse con información y ejercicio libre de derechos. En la medida de que el ciudadano no esté condicionado a programas sociales y partidos políticos, de que cuente con información y transparencia, tendremos una mejor sociedad y mejores gobiernos.
Recadito: no hay cambio alguno con policías poco preparadas.
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