*Ganar o perder un partido depende de las ganas que tengas de jugar el último tanto. Björn Borg. Camelot.
Gilberto Haaz Diez
HABLEMOS DE WIMBLEDON
En 2018, presente lo tengo yo, anduve por Londres, capital del imperio. Después de recorrer la ciudad en esos buses de doble altura y treparnos al famosísimo Eye London, esa rueda de la fortuna que construyeron al pie del Támesis y que es una joya de ingeniería. Era la más alta del mundo (125 metros de altura), hasta que llegó una de Singapur que la rebasó. Uno puede andar por allí baboseando la inmensidad del Parlamento, frente al mismo ver la estatua de Churchill, a quien dan como el ganador de la guerra contra Hitler, aunque el nazi les hizo pegar los entripados de la vida y por poco les gana la guerra a todos los aliados juntos. Y recordé que una tarde fuimos a Wimbledon, donde ahora mismo se juega el torneo en Londres. Rememoro esa visita.
EL PASTO SAGRADO DE WIMBLEDON
Los días son variados, los hay con calor y jalar la remera, como le llaman los argentinos a las playeras, otros donde desde la mañana el frio cala, y hay que jalar la chamarra. A la compra de los tiquetes, que varían entre 12 y 15 libras esterlinas, tarifas para niños, adultos y la tercera edad, llegamos a tomar la última tour de la tarde, después de la comida familiar, el recalentado que le llamamos en Veracruz. Un Uber nos llevó al estadio. El guía nos esperaba, todo en inglés, en una hora nos dio un paseo por las canchas aledañas donde practican los tenistas cuando llegan a ese torneo, el más antiguo del mundo, desde 1877, el único de pasto que lucen orgullosos y lo cuidan como a su reina. Por cierto, la reina misma que al parecer no hace nada, pero tiene muchas actividades, se dio una vuelta al estadio, anticipo del torneo que viene. El guía presumía todo, las canchas, el estadio central de 15 mil espectadores, hacía calor, uno se imaginaba ver una final, cuando el pasto, después de las dos semanas de combate cuerpo a cuerpo, el pasto ya se nota lastimado, como las porterías de los porteros cuando les llueve metralla. Cuando llegas a la entrada principal, el guía menciona que allí solo verás relojes Rolex, patrocinador oficial del torneo, en el All England Tenis Club. Ahí han visto a los mejores del mundo, y ahí vieron también ganar en 1960 al mejor tenista mexicano, Rafael ‘Pelón’ Osuna, se lo dijimos al guía cuando vimos la galería de los ganadores de dobles, y también a Antonio Palafox, que lo ganó con el Pelón Osuna, y Raúl Ramírez que hizo dupla con el gringo, Brian Gottfried. Glorias mexicanas, el Pelón muere trágicamente en aquel vuelo rumbo a Monterrey, cuando el tenis no volvió a ser lo mismo, al menos para México. Vimos también la galería del tenista cordobés, Santiago González, que ranqueado va a los dobles y que año con año aquí juega, que ya con eso es un orgullo, ganes o no. Cuando llegas a la cancha principal y ves esa cancha en silencio, uno rememora las grandes odiseas que ahí se han dado. Y lo que me acuerdo de esa tour, donde un guía te va llevando paso por paso por las canchas y luego por el museo que allí se tiene, donde ves desde el viejo vestuario que utilizaban hombres y mujeres y las viejas raquetas de madera, la galería de todos los tenistas que han ganado. Uno pasa extasiado un par de horas. Tienen la historia del más antiguo torneo de tenis del mundo. Donde las glorias y las batallas épicas se dieron, donde te enteras de aquellos match y hay cintas de video repitiendo hazañas. He platicado que, cuando el guía nos puso en la cancha central, donde ese pasto es una alfombra impecable, metí mis patitas solo para sentir cómo se sentía, me puso una regañiza de mi tamaño, casi lo cubre con su vida, pero como no le entendí me valió. Al término, entramos a la tienda de souvenirs, mínimo hay que llevarse una gorra para decir: aquí estuve, en el mítico estadio de tenis de Wimbledon.