Uriel Flores Aguayo
La expresión patria es poco, casi nada, utilizada en el leguaje común de la sociedad; no forma parte del habla cotidiano de la gente. Es más recurrente en los actos cívicos, los calendarios oficiales y los discursos políticos; aún en estos últimos ya es escaso su uso, suena algo forzado y retórico. En el actual contexto político ha aparecido con algo de fuerza y mucha solemnidad. Sin embargo, por más que se acentúe su destino es el vacío; no se observa una genuina apropiación popular del término. En el discurso oficial, a imagen y semejanza del Presidente, se ha vuelto un término usual, grandilocuente. Especialmente ahora que no fue aprobada la reforma eléctrica. A las y los diputados que no votaron a favor inmediatamente se les catalogó como traidores a la patria. En el debate legislativo fue utilizada esa acusación por encima de los datos técnicos y financieros que supone una deliberación sobre una industria. Siguiendo el guion autoritario se abusa de una descalificación de alto volumen para ahorrarse diálogo y debate. Es un recurso de la intolerancia. Hace falta a sus autores mucha educación, formación cívica, respeto, honestidad intelectual y compromiso democrático. Pensar o votar distinto a una mayoría, o del tamaño que sea, no es traición de antemano; puede tener muchas explicaciones, en democracia deben verse con absoluta normalidad.
Hablar de traidores nos coloca en terrenos de ilegalidad, como para perseguir a esos malos mexicanos, si existieran. En cierto sentido se les está negando su calidad ciudadana de nacionales, como si fueran extranjeros en su país. Tales expresiones y campañas significan un descenso en el nivel de nuestra convivencia democrática. Es peligroso que sea tomado como una convocatoria a perseguirlos, pasar de las palabras a las acciones correctivas: a los traidores se les fusila. No es juego, aunque lo parezca, no es gracioso que Legisladores y dirigentes partidarios, que juegan o deben jugar un papel en la democracia, se comporten de manera primitiva y cuasi criminal. En esencia estamos ante un desliz de corte fascista, esto es, de un impulso al totalitarismo. Es un momento grave y límite, de definiciones esenciales. Todas las reservas institucionales y sociales deben ponerse en juego para detener a tiempo estas acciones políticas. No debemos permitir que el cancer del fascismo avance en nuestro cuerpo nacional. Ojalá en el bloque gobernante los demócratas e izquierdistas que queden se empiecen a deslindar de estas provocaciones. Mucho diálogo, muchas ideas y bastantes acciones propositivas son el antídoto contra los excesos del poder. De alguna manera no deja de ser una oportunidad para aclarar las posturas de los partidos políticos y su compromiso democrático. Para la ciudadanía igualmente es una oportunidad de conocer y defender causas justas, un mucho mejor ambiente político y la confianza en un futuro inmediato pacifico, decente y común.
En lo local la imprudencia va en el viaje y comparsa autoritaria. Desfigurando sus funciones varias autoridades ejecutivas y legislativas emiten posturas de corte partidario. Tienen un vergonzoso comportamiento: desfiguran investiduras y mal utilizan recursos públicos. Omiten que son servidores públicos y se convierten en simples activistas políticos. Son un reflejo de la calidad gubernamental. Igual que los linchadores nacionales hacen como que juegan, como en broma. Por supuesto que no lo es. Esos peligrosos llamados a juzgar como traidores a la patria a quienes no piensen o se subordinen al poder deben revertirse a sus autores en formas de sanción moral, social y electoral .
Recadito: SOS al Ayuntamiento en seguridad y tránsito.