*Disculpen que no me levante. Groucho Marx en la lápida de su panteón. Camelot.
Gilberto Haaz
LOS PANTEONES
En la tour que uno suele hacer por el mundo, algunas veces visité panteones. No siempre, pero lo hice. Buscaba, como en Buenos Aires, Argentina, a las figuras allí sepultadas. Fui por lógica a mirar la de Eva Perón, la madre de los descamisados, su Juana de Arco, la mujer que los hacia llorar y hasta una obra de teatro mundialmente famosa le hicieron cuando, desde el balcón de la plaza Rosada, salía a gritarles a los paisanos argentinos: ‘No lloren por mí, Argentina’. Y aquellos pibes berreaban, aunque no se lo pidieran. En esa ciudad vi la tumba de Eva perón, discreta y sencilla con flores y banderas argentinas y mensajes de sus fieles. Vi también allí, en el cementerio de La Chacarita, cerca al famoso cantor de tangos, Carlos Gardel, a quien a la gente le pone a su estatua un cigarrillo en la mano, porque se la vivía fumando. Algún día también por San Pantaleón, en España, busqué la tumba de mis ancestros, como lo hizo José López Portillo cuando fue a Caparroso por los suyos. Encontré tres tumbas, sucede que uno de mis tíos abuelos, el hermano de mi abuelo Jesús, padre de mi madre, que llegó a Villa Azueta a hacer la América y a quien poco conocí porque murió cuando Yo Mero tenía 4 años, Darío, era Cura en esa zona y fue sepultado junto a dos de sus hermanas en la iglesia del pueblo, donde por 40 años fue sacerdote y cabalgaba a caballo y un paraguas para el sol, como Marcelino, pan y vino llevando la palabra de Dios. Les dejé sus flores a los tres y recé una oración con la respectiva persignada, en su memoria. En La Habana fui, solo porque el guía me dijo que valía la pena verlo, al cementerio de Colón. Tienen una mujer famosa a la que llaman la milagrosa, y nada del otro mundo. Allí no están enterrados ni Castro, ni el Che ni Camilo Cienfuegos. Nada que valiera la pena.
EL PANTEON DE LA LUZ ENRIQUEZ
Y toco el tema porque ayer, por el doloroso fallecimiento de mi cuñada, Maricruz, hermana de mi esposa, llegué al panteón orizabeño llamado Juan de la Luz Enríquez, cuenta la leyenda que el nombre fue en memoria de un gobernador veracruzano, pero fue como en venganza porque, cuando fue gobernador de Veracruz, trasladó los poderes que estaban en Orizaba a Xalapa. Y para que llorara un poco, o sintiera el llanto del pueblo, le fijaron su nombre. Así oí esa historia, no me la crean mucho. Platiqué estando allí con Camilo Boschetti, un viejo amigo que desde los tiempos de la Canaco vislumbrábamos mejoría para nuestra ciudad. Camilo tiene unos 14 años al frente de ese panteón como funcionario municipal y guardián del mismo, y lo tiene como ejemplo vivo de cómo hacer y llevar bien las cosas. El panteón, como muchas cosas orizabeñas, es un ejemplo. Se bardeó porque sucede que en la antigüedad se robaban las figuras de mármol de las tumbas. Tiene la ciudad tumbas extraordinarias, como el de la niña del ángel, una verdadera obra maestra. 35 tumbas han sido declaradas monumentos nacionales, cuando muchas de ellas eran hechas por marmolistas y arquitectos italianos. O como la piedra del gigante, sin olvidar que allí está sepultado el orizabeño, Ignacio de la Llave, que le dio su nombre al estado. Entre un calor durísimo, comentó Camilo que los árboles no pueden estar allí, porque sus raíces llegaban a fastidiar las tumbas, y solo hay algunos pinos que no protegen del sol. Ignoro si siguen haciendo los recorridos nocturnos, que eran otro atractivo para los turistas. No les digo que lo visiten, porque uno va a los panteones cuando acompañas a un amigo o un familiar al último viaje, pero este panteón es un ejemplo de que en Orizaba las cosas se hacen bien. Con mi hermano, nos enojábamos cuando en el panteón Jardín de Veracruz, por el rumbo de Chedraui Coyol, por Los Volcanes, panteón privado, algunos gandallas robaban a mansalva, no solo de las tumbas de mis padres, primero el aluminio y luego el fierro, y al final optamos por no ponerle nada a su tumba, porque aquello es una cueva de ladrones, solo falta que se roben el aire.